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El Telégrafo

Prohibido olvidar

02 de junio de 2011

La frase, utilizada frecuentemente por el presidente Rafael Correa, cabe aplicársela a sucesos que, luego de producidos, escapan a la memoria de las mayorías; quedan apenas como historias para los historiadores. Así ocurre, por ejemplo, cometidos en Guayaquil el 2 y 3 de junio de 1959 por el gobierno socialcristiano de Camilo Ponce Enríquez, el apóstol de los terratenientes ecuatorianos.  Hoy, en el aniversario 52, sacudimos esos recuerdos.

Eran tiempos de protesta contra los desafueros de ese régimen, surgido de un fraude descomunal que robó el triunfo al candidato presidencial del Frente Democrático, Raúl Clemente Huerta. Días atrás, a fines de mayo, el gobierno poncista reprimió con brutalidad  a la juventud manabita. El 2 de junio, al  atardecer, una airada manifestación estudiantil de solidaridad convocada en Guayaquil fue acorralada por la Policía en la esquina de las calles Boyacá y 10 de Agosto, exactamente donde está ubicado el edificio de este diario. Resultado: cinco muertos a bala. Los gendarmes atraparon los cadáveres y se los llevaron a la morgue.  Al comenzar el nuevo día, 3 de junio, una iracunda poblada estudiantil rescató los cuerpos y los trasladó  a la Casona Universitaria, calles Chile y Chiriboga.

Por todos los medios disponibles, se invitó al pueblo al lugar para honrar a las víctimas. Acudió una impresionante muchedumbre que por la tarde llevó en hombros los cadáveres al cementerio general, donde se pronunciaron encendidos discursos. Concluido el sepelio, al caer la noche, provocadores infiltrados por el gobierno lanzaron la consigna “¡A quemar la Pesquisa, a quemar la Pesquisa!”; consigna maquiavélicamente concebida para crear una situación de miedo en el país, y que creció como reguero de pólvora, pues la Pesquisa -el Servicio de Inteligencia de la Policía ubicado en 9 de Octubre y Esmeraldas-  era odiada por el pueblo, particularmente por la juventud, pues allí se practicaban detenciones ilegales y brutales palizas a los detenidos.

La  Pesquisa fue incendiada. Las llamas convulsionaron el espíritu de la masa, que se regó por dondequiera. Como símbolos del hambre popular y de la miseria, fueron asaltados el Mercado Central y la casa de empeños El Sol, donde los pobres siempre perdían sus prendas. Cundió el saqueo. Entonces llegó la orden oficial: tirar a matar. El jefe de la Segunda Zona Militar, coronel Luis Ricardo Piñeiros, sacó las tropas a la calle. Se inició la masacre. Se disparaba contra todo lo que se movía, contra cualquiera que corría para escapar de las ráfagas de ametralladora.

La masacre comenzó a las siete de la noche y terminó a las cinco de la mañana. Diez horas de fusilería contra un pueblo desarmado. Nunca se supo el número de muertos y los heridos no llegaron a ninguna casa de salud.

Piñeiros, que tres días antes recibiera una condecoración en el Pentágono, Washington, fue homenajeado por la oligarquía de Guayaquil. El soberbio mandatario declaró que en Guayaquil solo habían caído unos cuantos “hampones y prostitutas”.

Prohibido olvidar.

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