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El Telégrafo

Profesores taxis

22 de septiembre de 2011

El nombre de “profesores taxis” se lo pusieron los estudiantes a esos maestros que dictan al apuro sus clases en el colegio fiscal y salen a la carrera para un colegio privado, y luego para otro más, en busca de mejorar sus ingresos.

Vistas así las cosas, hasta provoca ser solidario con ellos. Parecieran ser víctimas de un sistema educativo cruel, y lo fueron efectivamente, hasta que el Gobierno Nacional asumió el problema y empezó a elevarles sus sueldos de modo sistemático. Hoy ganan sueldos dignos e incluso mayores que los de otros profesionales del sector público. Pero les quedó la costumbre de ser “profesores taxis”, lo que, en el fondo, es una estafa al Estado y al país.

¿En qué consiste la labor de los “profesores taxis”?  En cumplir un mínimo de horas de trabajo en los establecimientos públicos, que son los que más les pagan y les dan su afiliación al seguro, para luego laborar por horas en colegios privados, donde les pagan poco, pero les exigen mucho. ¿Por qué esa diferencia de actitudes? ¿Cómo es que esos profesores incumplen con el Estado, pero son muy cumplidos con la empresa privada? Por una razón muy simple: en el colegio fiscal están protegidos por la UNE y ayudados por un “coleguita” que funge de rector, pero en el colegio privado tienen que vérselas con un cura, una monja o un gerente que les aprietan las clavijas.

Ahí parece estar la clave de la cuestión: en la administración educativa. Hasta ahora la hemos encargado a los mismos rectores, que podrán ser buenos profesionales y mejores pedagogos, pero que regularmente no saben de asuntos administrativos. Además, ocurre que, en muchos casos, los rectores son del mismo sindicato y del mismo partido que sus dirigidos, con lo cual queda minada su autoridad frente a los “coleguitas”.

Hablemos ahora de la “hora pedagógica”, que la UNE exige como reivindicación laboral y que se refiere al tiempo que debe durar una clase. Es sabido que los alumnos no pueden concentrar su atención por más de 40 ó 45 minutos, y menos todavía si la clase se reduce a una perorata del profesor, en la que ellos no participen. Tiene lógica, por tanto, exigir que una clase no dure más que eso.

El tiempo restante de las clases debe permanecer el profesor en el colegio y dedicarlo a atender consultas de alumnos o padres, a estudiar o a planificar sus clases, que son también labores pedagógicas, pero no puede servir, como quiere la UNE, para que el profesor huya del colegio fiscal e incremente sus horas de “taxi”.

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