Cantantes, futbolistas, humoristas han sido candidatos a dignidades como asambleístas, concejales, alcaldes y prefectos del país. Incluso el famoso Tiko TiKo se postuló en 2017.
A fin captar curules y no desaparecer, partidos de izquierda a derecha usan esta estrategia. Ya nadie apuesta por escuelas de formación de cuadros, procesos que involucren ética, democracia y administración pública. La clase política se resiste a la jubilación, a perder poder e influencia; viejos dirigentes con casi 80 años siguen presidiendo partidos; familias enteras dirigen organizaciones al estilo del rock de la cárcel.
Elegir figuras de pantalla per se no es sinónimo de mala gestión; sin embargo, son poquísimos los que destacan en su rol político, la gran mayoría ha fracasado y son captados mirando joyas mientras se debate una ley, hasta procesados por entregar las pestañas por su familia.
Los ciudadanos también deben hacer un mea culpa de su voto, pues inducidos por una sotana eligieron sin intermediarios al condenado cura Tuárez.
Los partidos políticos por su parte, deben responder al país por sus autoridades y están obligados a democratizarse, presentar los mejores en una elección y mantener una férrea disciplina que no signifique defender a sus corruptos, pues resulta que no son tan malos ni los critican tanto cuando son sus corruptos.
Para cortar el problema de raíz urge una profunda reforma política, que entre otras cosas exija alternabilidad en directivas, obligatoriedad de primarias, prohibición de dádivas o dinero en campaña, debates públicos, transparencia en franjas electorales; publicación de lista de aportantes, patrimonio e ingresos del candidato y su familia, que nos cuenten de qué viven.
Profesionalizar la política es más que caras nuevas o cursos para hablar bonito. Es una carrera que implica responsabilidad, honestidad, ética política y administrar lo público para mejorar la vida de la gente. No los elegimos para que nos cuenten chistes. (O)