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El Telégrafo

Proaño siempre

24 de agosto de 2011

En esta época del año reaparece en toda su grandeza la figura de monseñor Leonidas Proaño, ex obispo de Riobamba. Es que se trata del aniversario de su pascua, que es celebrada en la mayoría de los países de América Latina y muchos de Europa. Monseñor Proaño hace parte de estos muertos que viven para siempre. Por su testimonio de servicio inquebrantable a los indígenas y al mundo de los pobres en general, monseñor Proaño es un hito que se alza luminoso en la historia del Ecuador y de todo el continente.

Se lo celebra porque supo entender, asumir y promover la identidad de los pueblos indígenas. Nacido en san Antonio de Ibarra, de padres tejedores de sombreros, decía, orgulloso de sus raíces indígenas: “Amo lo que tengo de indio”. Hasta hoy los indígenas lo reconocen como su gran maestro.

Se celebra también a monseñor Proaño porque supo guiar y confirmar la Iglesia en las Américas hacia su verdadera misión y compromiso: la solidaridad con los pobres y excluidos. Al fomentar la “Iglesia de los Pobres”, según el deseo del papa Juan 23, no hacía más que aplicar lo que decía el Concilio Vaticano 2º cuyo aniversario vamos a celebrar el año que viene.

Se celebra a monseñor Proaño porque supo dar a la Iglesia un rostro latinoamericano mediante la introducción de las culturas en las expresiones religiosas, litúrgicas y teológicas del cristianismo. Monseñor Proaño fue el gran promotor de las reuniones episcopales latinoamericanas de Medellín, en 1968, con su ponencia inaugural; y de Puebla, en 1979, que confirmó las comunidades eclesiales de base (CEB).

Se celebra a monseñor Proaño porque simplemente supo sembrar la Buena Noticia de Jesús en la realidad de su tiempo. El Reino era su pasión y su norte. Gracias a él, los empobrecidos levantaron cabeza y comenzaron a ser los protagonistas de su liberación, aportando a nuestro mundo confundido su sabiduría milenaria para enrumbarlo hacia un “bien vivir” que devuelva a cada uno su dignidad y a la naturaleza sus derechos.

Se celebra a monseñor Proaño, no para añorar tiempos idos, sino para ensanchar el camino abierto, confirmar verdades olvidadas y aportar nuevos derroteros a los desafíos de hoy. Confirmamos lo que decía el autor bíblico del Sirácides: “Hagamos ahora el elogio de los hombres ilustres. El Señor les dio una bella gloria. Si bien ellos dejaron un nombre, otros cayeron en el olvido, desaparecieron como si no hubieran existido… Los pueblos cuentan su sabiduría y la asamblea proclama su alabanza”.

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