La crisis persiste en Ecuador y sacó lo peor de los ecuatorianos. Es como si tuviéramos un pequeño dictadorzuelo en nuestro ser, desesperado por ser liberado. Mientras unos justificaron las acciones de la fuerza pública, otros los saqueos, las agresiones a comercios, a la propiedad privada, a los individuos del mismo pueblo al que dicen defender. Son los mismos. Es la misma intolerancia.
Justifican las agresiones a medios de comunicación, a periodistas, a ambulancias, a paramédicos voluntarios, a bomberos y a sus vehículos de transportación. Justifican el uso de tácticas subversivas, de misiles de fabricación artesanal, del asalto y quema de instituciones públicas y de edificios patrimoniales.
Justifican la instalación de una guerra civil y romantizan la violencia. Es que “solo el pueblo salva al pueblo” y tú no lo entiendes porque no eres del pueblo, dijeron. ¿Qué es el pueblo sino la suma de todos en una nación? ¿Cuándo se inventó un concepto de pueblo que solamente calza para unos pocos?
Dos universidades en Quito, ambas católicas, recibieron a miles de manifestantes diariamente y concentraron la presencia de centenares de voluntarios, muchos de ellos también exestudiantes católicos que ayudaron desde una filosofía humanista y cristiana.
Pero eso no entiende nuestro extremista local generalmente anticatólico porque aunque se haga llamar defensor de los derechos humanos defiende solamente los derechos de quienes prefiriere políticamente. Creen que los agentes estatales del orden no tienen derechos humanos. Ellos no porque los derechos humanos no son para todos y porque los órganos de protección no son neutrales. Ya no hay derechos humanos, solo derechos para los humanos que les gustan.
Pero nadie puede decirles nada porque son los herederos indiscutidos de la sabiduría posmoderna, una élite universitaria, una exquisita nueva raza social, que restriega a sus discrepantes la imposibilidad ficticia de ser, como ellos ya se creen, una élite intelectual. (O)