El espionaje cometido por la embajadora de los Estados Unidos no debió sorprender a nadie, ni la forma en que lo hizo.
Recordemos que fue la CIA y la embajada norteamericana las que dirigieron la conjura para derrocar al presidente constitucional Carlos Julio Arosemena, instaurando una dictadura militar represiva en 1963. Y la base de Manta, cedida por el presidente Jamil Mahuad en 1999, equipada con comunicaciones satelitales y sistemas de inteligencia destinados a monitorear la región para atacar, como ocurrió con el bombardeo de Angostura el 1 de marzo de 2008. Y el Plan Colombia, concebido estratégicamente para la lucha antinarcóticos en el hermano país, involucró a nuestra frontera norte sufriendo las consecuencias del conflicto, tanto naturales como militares. Últimamente, los indicios llevaron a establecer que el Gobierno de los Estados Unidos estuvo detrás de los acontecimientos del 30 de septiembre. No olvidemos que un grupo de asambleístas, poco días antes, visitó al Presidente de ese país.
La injerencia y el espionaje del Gobierno norteamericano han sido la tónica, no solo en el Ecuador, sino en toda América Latina, saqueando e imponiendo dictaduras militares y gobiernos represivos, recurriendo al terrorismo de Estado.
Ya en los tiempos de la primera Independencia, el Congreso de Panamá, convocado por Bolívar en diciembre de 1826, en su afán de lograr la unidad de toda América Hispana fracasó, porque -a su juicio- fue boicoteado por el Gobierno de los EE.UU. La diplomacia yanqui implementó estrategias tendientes a impulsar la lucha antibolivariana. Inclusive se sospechó de su autoría intelectual en el atentado del 25 de septiembre de 1828, en el que Bolívar se salvó lanzándose por el balcón.
Bolívar fue contrario a la política expansionista, agresiva y neocolonial de los Estados Unidos hacia América Latina. Conocida es su reflexión: “Los Estrados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la América de miserias en nombre de la libertad”. Escrita desde nuestra ciudad al coronel Patricio Campbell, el 5 de agosto de 1829.
Encauzar la vida de nuestra nación, conforme a los principios de dignidad y soberanía nacional, heredados de nuestros libertadores, y consignados en nuestra Carta Magna, son imperativos impostergables de las presentes generaciones.
Los pueblos de nuestra América del Sur combaten por conquistar su segunda Independencia. El nuestro es uno de ellos.
La lucha por la Soberanía Nacional es tarea prioritaria para alcanzarla.