Hace meses escribí: “No creo que los Heraldos del Evangelio se mojen sus lustrosas botas en tierra de indios”, a propósito de las primeras disputas con la iglesia comunitaria -la Iglesia de los Pobres, hay que decirlo- liderada por los carmelitas, tras la expulsión grosera de Gonzalo López Marañón, quien estuvo 40 años y la Santa Sede, cuándo no, le dio cuatro días para abandonar la Amazonía.
Para conmemorar los 100 días de vigilia de estas iglesias comunitarias visité en Lago Agrio a estos religiosos y laicos comprometidos, desde hace décadas, con esa idea de que el verdadero Paraíso debe estar en la Tierra y no únicamente en el Cielo. Ahora, han despedido a los comunicadores de Radio Sucumbíos bajo el argumento deleznable de que no hay plata (aunque son mimados del papa Ratzinger).
Una joven me contó que cuando llegaron los Heraldos del Evangelio lo primero que prohibieron fue que las hostias sagradas sean compartidas por todos. Peor por mujeres: Ustedes son impuras, dijeron, aseguró la muchacha con indignación. Refirió que llegó una madre para pedir ayuda para su hijo enfermo. Tras rechazar la solicitud, le señalaron que si muere sería la voluntad de Dios. Los Heraldos, confesó otro, no acuden a las comunidades y las recientes clases acomodadas de Sucumbíos se han aliado enseguida a estos nuevos cruzados que tienen sus orígenes en Tradición, Familia y Propiedad, de Brasil.
Lo que se busca en Sucumbíos es desterrar las ideas que el mismo Jesús propuso. Tengo una imagen. Veo a los Heraldos como cruzados por la conquista del nuevo Jerusalén, es decir Latinoamérica. No por casualidad llevan la esfinge de Santiago en su pecho. Es ese mismo símbolo que utilizaron los conquistadores castellanos luego de ultimar a los moros. Con la cruz de Santiago mataron a los indios, nos recuerda Eduardo Galeano en esa trilogía admirable que es Memorias del Fuego.
Ahora que el anterior papa, Juan Pablo II, está a punto de ser santo en tiempo récord, no hay que olvidar a Arnulfo Romero y Taita Leonidas Proaño. Fue el papa polaco, en palabras del autor de Mafia Export, Francesco Forgione, quien destruyó la Teología de la Liberación.
Tengo en mis manos el libro de Fernando Vallejo, La puta de Babilonia. Leo algunos párrafos: “la torturadora, la inquisidora, la falsificadora, la asesina, la fea, la loca, la mala; la del Santo Oficio y el Índice de los Libros Prohibidos… la perseguidora de judíos, la encendedora de hogueras, la quemadora de herejes y brujas”. Cuidado Sancho, decía Don Quijote, que andamos por tierras de la Iglesia.