Presidente y presidiario comparten las seis primeras letras y la asociación de estas palabras se ha constituido en un fenómeno frecuente en América Latina. En Guatemala, Otto Pérez Molina y Álvaro Colom guardan prisión estando imputados de corrupción. En Brasil, uno de los emblemas del socialismo del siglo XXI, Luiz Inácio Lula da Silva, ha sido sentenciado a 12 años de prisión por corrupción. En Perú, el otrora carismático y popular Alberto Fujimori, cumple una condena de 25 años por violación a los derechos humanos. Presidente y prófugo es otra asociación. Abdalá Bucaram tuvo esa condición por muchos años y solamente gozó de libertad estando confinado a Panamá. Alejandro Toledo, expresidente de Perú, no puede salir de Estados Unidos, so pena de ser capturado y trasladado a su país.
El nuevo caso de un expresidente que asume la condición de prófugo es Rafael Vicente Correa Delgado y, si bien es verdad que en ningún gobierno de la historia de Ecuador ha habido tanto latrocinio como en el de la Revolución Ciudadana, el economista Correa no está, al menos por ahora, siendo llamado a juicio por corrupción.
Increíblemente la razón de llamamiento a juicio es el secuestro de un opositor político. Cierto es que se presume su inocencia mientras no se demuestre la culpabilidad, pero la justicia ha encontrado mérito suficiente para llamarlo a juicio. El que nada debe, nada teme. No debería temer Correa un desenlace fatídico para él, si acaso no tiene culpa. Al fin y al cabo el juicio tendrá lugar, si se presenta a defenderse, en Ecuador, su país, en el que ejerció el poder absoluto por diez años.
El país que refundó porque antes de él no había nada. El país que adoptó una Constitución hecha a su imagen y semejanza; el país en el que la justicia era sometida a él. Ya confesó Correa su temor de ir a la cárcel, lo hizo ante el periodista Jonatan Viale, de CNN. En tales circunstancias, es de suponer que prefiera Lovaina la Nueva a Latacunga, porque en su imaginario sería mejor ser prófugo que PPL -persona privada de la libertad-, eufemismo popularizado en su gobierno. (O)