El honor de las personas no tiene precio, ni el del Presidente, ni el mío, ni el suyo, por lo que todos tenemos derecho a la protección de nuestra honra es los términos señalados por la ley.
Que esta no nos guste o sea obsoleta es otra historia, pero como “dura lex, sed lex”, tocará esperar su reforma, ojalá clara, para evitar que figuras como la autoría
coadyuvante se queden por ahí… mal estacionadas... a la espera de que un subalterno “meta la pata” y su jefe acabe responsable de un delito que no cometió. Entre tanto tengo que aceptar que el presidente Correa ejerció su derecho a reclamar justicia por considerar calumnioso el contenido de un artículo de Emilio Palacio. ¿Será que esta opinión me hace “correísta” o “universista”? Vaya uno a saber con tanta polarización dónde queda matriculado.
La sentencia dejó claro que, en materia de regulación de perjuicios, no tenemos límites claros y abrió camino a la responsabilidad ulterior de directivos de medios de comunicación derivada de las opiniones de sus columnistas, que, en mi criterio, atenta contra la libertad de expresión al motivar la censura previa y la autocensura. Vuelvo a desubicarme, ¿esto me hace “prensa corrupta” o “prensa oficialista de derecha”, como dice Emilio Palacio? La verdad es que solo defiendo mi derecho a opinar libremente, limitado únicamente por el derecho de los demás.
El punto es que me desagrada la frase “prensa corrupta”, por considerarla negativa, ofensiva e irrespetuosa con quienes se dedican al periodismo. Entiendo y comparto el malestar que se siente cuando se es objeto de atropellos malintencionados, pero aun así, generalizar es maltratante con ciudadanos decentes que luchan cada día por ganarse el pan con gran esfuerzo.
Por otra parte, al referirse de manera directa como prensa corrupta a los medios de comunicación privados, extiende el adjetivo de corrupto a quienes en ellos laboran, por contraposición a los que laboran en otros medios, creando animadversión entre colegas, afectando sus vínculos, así como su movilidad laboral en el mercado nacional e internacional.
Por todo lo anterior me gustaría que el señor Presidente, con todo el respeto que me merece, evitara usar esa frase en el contexto que la usa, considerando dirigirse de manera puntual a quien corresponda con nombre, apellidos y sin apodos.
Porque así como hay palabras que ofenden la majestad del cargo de Presidente, o la dignidad de quien lo ostenta, hay otras que ofenden el honor y la honra de quienes desempeñan el oficio periodístico.