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El Telégrafo

Premisas verdaderas

28 de octubre de 2011

Los esfuerzos de Fundamedios y Co. de internacionalizar nuestros conflictos internos a través de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos (CIDH) se han mostrado interesantes, más que nada por intentar elevar a calidad de debate lo que internamente solo se ha quedado en trifulca de titulares. Y es en ese mismo sentir que me parece importante recordar lo que estos “peones de la libertad” a veces pasan por alto en su afán de apoyar lo que considero una causa justa.

Porque sucede que el Sr. Ricaurte (fundador de Fundamedios) parte su exposición de una primicia equivocada, o por lo menos no está dispuesta a reconocerla: en nuestro país los medios de comunicación no son organismos democráticos. Son poderes fácticos que responden a grupos de interés determinado. No con esto quiero decir que esta es una buena razón para silenciarlos. No existe una buena razón para aquello. Pero la inmunidad todopoderosa de la que se creen dueños debe ser como mínimo regulada y, mejor aún, democratizada. Porque, coincidiendo con el canciller Patiño, las ocho familias dueñas de los medios de comunicación no responden sino a sus propios intereses.

Y este estilo “murdochiano” de administrar medios da como resultado ocho verdades, matizadas pero similares, sujetas a los afanes económicos y políticos de cada matriarca o patriarca de la comunicación. La información que nos proporcionan no puede ser más sesgada y tendenciosa. Cuando una iracunda Janeth Hinostroza increpaba a un ausente ministro Serrano a responder a las preguntas duras e incómodas que ella acostumbra, por la entrevista a Vicente Albornoz que con la que prosiguió después de este episodio, me imagino que solo se refería a las preguntas duras e incómodas hacia aquellos con los que no concuerda. Y de estos ejemplos abundan. Sin embargo, el Sr. Ricaurte olvidó mencionarlo.   

Es decir, fueron a la CIDH en democracia a ejercer democracia. Pero temen democratizar los medios. Fueron a exaltar las libertades, a velar por ellas y reclamarlas. Pero no dudan en abusar de ellas, en aprovecharse de ellas. No quieren, en última instancia, ceder al poder en el que se han manejado, ni entender que muchas veces la suya no es una verdad absoluta, sino un punto de vista parcializado; al igual que este.

Si vamos a denunciar los abusos, denunciémoslos todos. Si exigimos democracia, hagamos democracia. Si repudiamos la dictadura, si opinamos en verdad, si buscamos defender los intereses más elevados de la libertad, no lo hagamos desde la comodidad de los imperios familiares. Hagámoslo desde premisas verdaderas.

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