El de los sentimientos, el corazón del trabajo emocional, titula el libro de la socióloga estadounidense Arlie Russell Hochschild. A lo largo de sus obras analiza las maneras en que el mundo moderno ha comercializado la intimidad, la emoción y la vida familiar.
Hace muchos años, los viejos ocupaban un lugar de autoridad en las familias ecuatorianas. Eran unos verdaderos reservorios de anécdotas, cuentos y fábulas por medio de los cuales daban verdaderas lecciones de educación moral a los niños y jóvenes. Por cierto, no siempre lo más acertadas, pero prodigaban mucho amor, seguridad y autoestima en los pequeños. Hoy, los viejos son ubicados en programas públicos o privados que los mantengan entretenidos.
Los abuelos también fueron relevados de su rol para dar estimulación temprana a los bebés. Desde los primeros meses y años, estos, fueron encargados en los llamados centros de estimulación temprana.
Ahora bien, la socióloga se pregunta… Si cuidamos a otras personas, es ¿porque estamos motivados por el deseo personal o por obligación? ¿Nos motivan los valores cívicos, religiosos, el altruismo o el deseo de ganar dinero?
A toda esta problemática subyace la antigua cuestión de si es el Estado o es la familia, la institución responsable del cuidado de niños o de ancianos.
Si miramos atrás, podemos percibir que el Estado cada vez ha ido ganando terreno sobre el campo privado e íntimo de la familia. Sin embargo, los presupuestos estatales han ido mermando. La calidad de la atención no siempre está garantizada por personal idóneo. Quizá se ha encargado este servicio mal remunerado, a personas que no han encontrado otra mejor oportunidad laboral.
Sin lugar a dudas, la sociedad moderna ha mercantilizado y a muy bajo precio, los servicios de atención a niños y ancianos. Sin sentimientos… (O)