Hay quienes afirman que las ideologías han muerto y que la política debe seguir un orden pragmático y real. Hay otros que, por el contario, señalan que toda gestión política debe sustentarse en una ideología, en una corriente de pensamiento que establezca postulados respecto de los modos de producción, de la magnitud de intervención del Estado en la vida de los ciudadanos, de la prelación entre los derechos individuales y colectivos, de la relación entre el capital y el trabajo y otros temas esenciales.
El fundamentalismo, la obsesión de defender a rajatabla las posiciones, es nocivo. Posiciones extremas, por ejemplo, a propósito del aborto, es afirmar que la mujer tiene control y decisión sobre su cuerpo y que, por ende, la sociedad debe aceptarlo, promoverlo y el Estado, la obligación de financiarlo, independientemente cuál sea la razón que lo motive. Otra posición extrema, en mi opinión, es la oponerse al aborto en caso de un embarazo producto de una violación o la de cuestionar la obvia obligación de atender, sin cuestionamiento, una emergencia obstétrica. Evidentemente difícil el conciliar estas posiciones pero, el establecer una definición le corresponde a las leyes y éstas son elaboradas por políticos.
De otro lado, en lo económico, existen posiciones extremas entre los libertarios y los comunistas. Los primeros que desearían la práctica eliminación del Estado a favor de libertades individuales extremas y los segundos que procuran un Estado todopoderoso y controlador a favor de una supuesto beneficio colectivo que genere paz social. En la mitad del espectro están los social demócratas y los demócrata cristianos, ambos en el centro, los primeros algo inclinados hacia mayores controles del Estado que los segundos. La historia de Europa Occidental de los últimos 75 años ha estado marcada por la conducción política por estos partidos de centro, ciertamente más pragmáticos al evitar los extremos, y, hemos podido ver los resultados: desarrollo económico, bienestar social, conflictividad reducida, si la comparamos con otras regiones del mundo en las que el capitalismo descontrolado o el socialismo absolutista han gobernado.
El pensamiento político y la ideología son importantísimos en tanto marcan un rumbo y una forma de ejecutar ese destino; sin embargo, en modo alguno deben constituir una camisa de fuerza para evitar tomar decisiones que, por la coyuntura, parecerían diferentes a los postulados. He ahí el pragmatismo. Felipe González gobernó España por 14 años representando al Partido Socialista Obrero Español. Fueron años de un fenomenal desarrollo en los que, a pesar de ser social demócrata, implementó políticas económicas liberales, determinantes para dicho desarrollo. El pragmatismo no es sinónimo de claudicación ni antípoda con la ideología. Tiene su tiempo y su lugar.