Hace apenas un mes una hija mató a su madre y hermana en complicidad con su novio. Después una chica descuartizó a la amiga. Ahora, en Posorja, una turba enardecida, consumida por la peor de todas las violencias, procedió a asesinar a tres ciudadanos que se encontraban en custodia de la Policía, acusándolos de ser supuestos robaniños, e invadidos de una maldad extrema los asaltan, queman, los matan.
Si quedamos sorprendidos del crimen de una madre en manos de su hija, dolidos de una amiga cortando en pedazos a otra, ahora en Posorja todos los límites se perdieron y simplemente hemos quedado reducidos a ver a un pueblo bárbaro, practicando la justicia por su propia mano, preso de la mentira, empoderados de un falso poder, que nadie les ha otorgado ni concedido. Toda una multitud viviendo la maldad.
En Posorja se levantó el rumor de que los detenidos eran ladrones de niños y aquello bastó para que la gente perdiera todo tipo de orden y se entregara a la violencia extrema de cometer una masacre contra tres personas, quienes tenían el derecho a la vida. Estaban acusadas, no condenadas.
Era morbo, locura colectiva, odio generalizado, todo a nombre de proteger a nuestros niños. En nuestra cultura se puede destruir a la sociedad entera en nombre de los niños. O es que simplemente nos hemos convertido en ciudadanos violentos, inseguros, golpeadores; y eso pasó en Posorja, violentos contra nosotros mismos.
¿De dónde tanta violencia? Esto de vernos como un pueblo pacífico, sano, va quedando en ilusiones ante la maldad de los hechos que ocurren en nuestra cotidianidad.
Ante el terrible drama de Posorja, me he preguntado: ¿en ese momento dónde estaba la gente de paz? Los sacerdotes, pastores, maestros, etc. La indiferencia es muerte, maldición.
¿Cómo recobrar la paz, la sensatez, la convivencia respetuosa? Es en la aplicación del Estado de derecho que las sociedades se hacen fuertes. Más justicia, menos impunidad. Más ignorancia, más educación. (O)