Las situaciones de exclusión crecen en el mundo de hoy. Hay exclusiones de todo tipo: sociales, culturales, políticas, religiosas y económicas. Creamos grandes brechas entre los hombres.
Hemos llenado el planeta de muros que crean una injusta separación. Hemos creado escuelas de ricos y de pobres; hospitales que son cinco estrellas para los potentados y clínicas que no tienen nada; plazas comerciales donde lucir el consumo y mercadillos para comprar una libra de arroz, un par de guineos y tres huevos; hemos creado unos pasaportes y visas para unos cuantos y hemos dejado a una multitud sin documentación; hemos llenado las cárceles de delincuentes comunes y hemos dejado en mansiones a los delincuentes de cuello blanco.
Tenemos una tendencia a separar a aquellas personas que pueden significar una amenaza o peligro para nuestra seguridad. Esta reacción, generalmente, es consecuencia del miedo. El miedo a la delincuencia nos hace poner medidas de control y de represión. Por este motivo pedimos más cárceles y aumento de penas a los infractores. Es decir, estamos pidiendo medidas de alejamiento y de protección; por eso, cuanto más lejos y cuanto más protegidos estemos, mejor. Del miedo que hay en nosotros surge el rechazo a los delincuentes.
Y por supuesto, la sociedad tiene sus razones para actuar así. Pero, ¿no deberíamos romper la lógica de lo normal de nuestros miedos y abrirnos a la convivencia que nace de la solidaridad y de la convicción de que el amor es el secreto para una humanidad feliz?
No hay nación que haya alcanzado el desarrollo y la prosperidad en ausencia de la paz. No hay familia que progrese sin paz. No hay matrimonio que alcance la felicidad anhelada sin tener en cuenta la paz. Y es que la paz no es solamente ausencia de violencia, es mucho más que una aspiración legítima de las personas. Es un proceso dinámico, multidimensional y transversal que exige la colaboración del Estado y la gente; y se sustenta en el respeto y la efectividad de los derechos humanos.
Aboguemos para que haya más leyes que ayuden a formar familias más unidas, a crear escuelas con una educación de calidad y que tengan una formación integral basada en valores, desarrollar una industria que ofrezca justicia social y mayores empleos, abrir parques públicos donde todos podamos gozar de un sano esparcimiento.
Construir una cultura de paz es esencial para garantizar mayores niveles de inversión productiva nacional y extranjera. Alcanzar el progreso económico y social que demandan las sociedades requiere una transformación de actitudes, valores y comportamientos de los ciudadanos que conforman un conglomerado social. Se requiere construir entre todos una cultura de paz.
No es el miedo, sino la inclusión y la solidaridad las que hacen falta para edificar una sociedad más justa. No podemos rechazar a nadie y hemos de abrir nuestras puertas y mentes a todos los marginados, sean de cualquier tipo, porque, en definitiva, son nuestros hermanos.