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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

¿Por quién lloran los elefantes? por nosotros

Historias de la vida y del ajedrez
22 de octubre de 2015

Antes de que suene el primer disparo en una guerra, la primera víctima es la inteligencia. Después vienen todas las demás: hombres, mujeres y niños, convertidos en simples números por los noticieros. Y hay otras víctimas que nunca aparecen. Más olvidadas, silenciadas desde siempre, que no ocupan un solo espacio en nuestro corazón. Esas víctimas son los otros animales. Es que cuando se trata de matar, los animales humanos no respetamos nada.

Cuando los EE.UU invadieron a Irak, todos querían huir de aquel infierno, salvo Lawrence Anthony, que voló 15.000 kilómetros desde Suráfrica para cruzar la frontera en llamas y llegar hasta el zoológico de Bagdad para ayudar a los animales que imaginó abandonados. Era cierto. Evadiendo disparos y bombas llegó hasta el zoo, y encontró que de 600 animales, solo vivían 36. La mayoría había muerto de hambre y sed y sus cuerpos estaban cubiertos de moscas. Algunos monos habían logrado escapar y ayudaron a otros animales a abandonar las jaulas y ellos mismos alimentaban con animales muertos a tigres y leones. Un oso liberado mató a varias personas.

“!Paren la estupidez!” les gritó Anthony en cualquier idioma a los soldados de ambos bandos, y le hicieron caso. Y ellos, que un día antes se disparaban, dejaron las armas para ayudar a los animales del zoológico, que meses después ya tenían suficiente agua y comida.

Anthony regresó a Sudáfrica y allí se lanzó a proteger a los elefantes de las reservas, amenazados por cazadores. Otra vez, como en Irak, logró lo imposible: Penetró en las manadas de elefantes salvajes y les habló de manera clara: “Esta es la reserva. Acá ustedes están protegidos. No abandonen este territorio porque afuera hay monstruos desalmados, con fusiles, que vienen a matarlos. Son también son seres humanos como yo, pero ellos son los animales más peligrosos. Cuiden su vida. ”

Extrañamente, los elefantes entendieron y nunca volvieron a abandonar el territorio. Hasta que llegó el dolor. Anthony vivía a 20 kilómetros de la reserva y una mañana murió de un infarto fulminante. Horas después, decenas de elefantes, de distintas manadas, abandonaron su refugio y se convocaron solos, sin saber cómo, en el rancho donde era velado Anthony. Allí permanecieron sin comer ni tomar agua durante dos días, en medio de lamentos, con actitud luctuosa, hasta que el cuerpo de su amigo fue llevado a la tumba. Entonces los elefantes regresaron a su reserva.

No se pregunte por quién lloran los elefantes. Lloran por nosotros. Y si supieran lo que hacemos y lo que no hacemos, llorarían mucho más.

El ajedrez es profundamente humano. Aquí nadie llora por los reyes muertos.

1: DXP +; RxD

2: A5R +; R1C

3: C6T mate.

En el centro, Anthony Lawrence, “El Encantador de Elefantes”. A la derecha, un bebé elefante llorando. Fotos: Cortesía
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