Con el revuelo surgido por la elección del Papa he vuelto a reflexionar en este tema, parafraseando a Bertrand Russell.
Nací en el seno del catolicismo tradicional, de esas familias que temían que en las elecciones gane el partido Liberal Radical porque nos iban a prohibir a Dios… ¡Como si eso fuera posible!
Me eduqué en un colegio de monjas, donde aprendí lo inevitable del fin del mundo y el infierno. Una escena: la afirmación de una religiosa que decía que si no vas a misa un domingo y el lunes siguiente falleces, irás al infierno y no habrá fuerza humana (ni divina) que lo impida. Entonces una de mis compañeras de aula levantó la mano e hizo esta pregunta:
-Pero… si esta persona fue generosa, honesta… ¿igual se iría al infierno solo por no ir a misa un domingo?
Y la respuesta:
-Ten por seguro que Dios le va a dar un minuto para que se arrepienta antes de morir.
Luego, solamente observé algunos hechos que voy a anotar lo más brevemente posible a continuación:
Hace 35 años exactamente fue elegido un papa polaco que desbarató quizás la única tendencia de la Iglesia Católica que pretendía ser fiel a las enseñanzas de Jesús consignadas en los evangelios canónicos: la Teología de la Liberación.
Ese papa no tuvo pudor en mostrar su contubernio con uno de los más peligrosos presidentes de los Estados Unidos: Ronald Reagan, el gestor y cuasi impulsor de “La guerra de las galaxias”.
El oro y el boato que rodean la vida de los papas, como príncipes que son de un pequeño imperio absolutamente temporal.
La posición absolutamente inhumana y parcializada de la Iglesia frente a situaciones de la condición humana como la homosexualidad, la eutanasia, el aborto seguro, el divorcio, los segundos matrimonios, etc.
La absoluta inconsistencia histórica de la jerarquía católica con casi todas las enseñanzas de Jesús consignadas en los evangelios canónicos, sobre todo con aquellas referidas a la humildad, la riqueza y la misericordia.
La manipulación legal cuando les conviene: por ejemplo, eso de pedir libertad de cultos donde son minorías y respeto a las mayorías en donde creen ser multitud.
No puedo dejar de amar la figura y las enseñanzas de Jesús como un ser consecuente e íntegro, aunque tal vez no haya existido de una comprobable manera real en la historia.
No puedo dejar de admirar a San Francisco de Asís, a Santa Teresa de Jesús, a monseñor Óscar Romero. Pero por eso mismo no puedo colocarme membrete de ‘católica’ sin sentir que traiciono mi integridad y mis principios.