A partir del 26 de noviembre de 2006, cuando el compañero Rafael Correa fue elegido, en la segunda vuelta electoral, para que rija los destinos de la nación, existe un nuevo un giro en la decisión del pueblo para elegir presidentes.
Hasta ese día, de entre los candidatos, el pueblo elegía al que intuitivamente consideraba capaz de realizar alguna de sus aspiraciones; pero a él lo escogió porque supo decirle, de manera clara y categórica, cuáles deben ser sus aspiraciones y anhelos. Y porque puso la proa hacia lo imposible, está realizando todo lo posible.
Quiero poner en guardia al amable lector, respecto a que el líder y conductor de la Revolución Ciudadana es de aquellos hombres que hacen cosquillear la fantasía y poca imaginación de sus adversarios, que al no tener nada serio y trascendente para imputarle, acaban endilgándole las ideas e intenciones propias de ellos.
Quienes sentían pavor por la Revolución Ciudadana, aun antes que recibiera el poder popular, eran quienes en cualquier gobierno fantoche y coqueto, para hocicar el manejo de la cosa pública.
A lo mejor enloquecerán al constatar que ahora ya no pueden realizar esa costumbre adquirida por herencia; pero lo cierto es que morirán muy pronto por inanición.
Ese tropel logró movilizar inmediatamente a los dueños de los grupos electoreros que cada cuatro años aparecen con su baratillo de ofertas, y que la gente llama partidos políticos. Luego se adhirieron los banqueros que son corruptos; porque hay banqueros honestos.
Y finalmente, por inercia, la alta jerarquía de la Iglesia Católica; porque hay muchos y representativos sacerdotes que vitorean los logros de la Revolución Ciudadana.
Y así quedó formada, por el interés personal de sus miembros, la heterogénea amalgama que irracionalmente pretende detener el curso de la historia ecuatoriana. Pero al igual que Alejandro derrotó en Arbelas al inconexo y políglota ejército de Darío, así está derrotando Rafael Vicente Correa Delgado a los variopintos reaccionarios al cambio dignificante y solidario de las estructuras del Estado ecuatoriano.
Nunca van a aceptar que, en vez de continuar por el viejo sendero que conducía a encontrar un refugio personal frente al Estado indolente, haya trazado un nuevo camino para transformarlo en provecho de muchos.