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El Telégrafo
Mariana Velasco

¿Por qué nos matan?

21 de septiembre de 2022

En el sistema androcéntrico, que ordena el comportamiento social, la violencia hacia las mujeres se entiende como un llamado al orden, es el medio a través del cual se deja claro que el poder es ejercicio masculino sobre el cuerpo, los comportamientos, la subjetividad y los derechos de las mujeres (Zúñiga et al. 2012). El mecanismo es tan refinado, que esta violencia contra las mujeres puede adoptar diversas formas e intensidades, pero representa un continuum en la vida de éstas, que no hay ámbito que esté libre de ella; se encuentra tanto en el espacio íntimo y doméstico como en el público, comunitario, educativo, laboral e institucional.

Por sus características, la violencia física es la más visible, pero no necesariamente la de mayor brutalidad e impacto. De acuerdo con Segato, Rita (2003) la violencia moral, es el más eficiente de los mecanismos de control social y reproducción de desigualdades, al sostener que "por su sutileza, carácter difuso y su omnipresencia, su eficacia es máxima en el control de las categorías sociales subordinadas" (Ibid., 114). Es este distintivo de invisibilidad lo que permite ser socialmente aceptada y validada, y por ello es más insidiosa que la física; no deja marcas visibles, pero mina la autoestima, confianza, capacidad de acción y búsqueda de autonomía de la mujer.

En una sociedad en la que lo femenino es subordinado y ese principio moral letal no está en discusión, las violencias hacen lo suyo; la feminicida se vale de la violencia moral para generar en torno a la mujer todo un contexto persistente, progresivo y de múltiples tipos para atentar contra su existencia, por el solo hecho de serlo. La legitimización de la violencia moral, le convierte en una estrategia de reproducción del sistema androcéntrico, de dominación masculina.

Ecuador, no es la excepción, la violencia contra las mujeres en todos los espacios de su actuación, tanto públicos como privados: casa, trabajo, escuela, calle y a lo largo de su existencia, se presenta desde la más temprana infancia hasta la vejez, lo que obliga a colocar a la problemática como ese continuum donde se intrinca o entreteje con las que una misma mujer puede experimentar en otros ámbitos al mismo tiempo.

Me atrevo a afirmar que los femicidios son crímenes por convicción, igual que lo es el terrorismo. El asesino tiene la certeza de que es necesario matar. Es difícil de aceptar- quizás más- de comprender e interiorizar que la violencia hacia las mujeres tenga relación con el género; es decir, que maten a mujeres por su condición. Según las ciencias sociales, la violencia de género, es la construcción mental que asigna funciones y roles personales e interpersonales diferenciados en función del sexo.

Ecuador tiene saldo negativo. 206 femicidios, uno por día en lo que va del 2022. Quien asesina no es extranjero o nacional, sino hombre. Quien muere, mujer. El delincuente aplica la violencia para mantener el comportamiento de la mujer dentro de unos parámetros que responden, exclusivamente, a su voluntad. De esta manera, el dictador está convencido de su legitimación para imponer su voluntad por medio de la violencia en el marco interpersonal de una relación de pareja y lograr que ella se comporte conforme a un orden determinado.

Por décadas hablaron del techo de cristal, aunque estoy convencida que hay otros levantados sobre la base de prejuicios, con otras formas de entender el mundo, cuyos modelos y productos mentales continúan heredándose- al ser la familia - el núcleo dónde se practica la primera y más fuerte socialización. Creía qué a medida que el progreso avanza, nos habíamos liberado de discriminaciones y esclavitudes.

Queda todo por hacer… La decadencia del modelo hegemónico de masculinidad es lenta y aunque más debilitado, continúa siendo el masculino. Los agresores de mujeres, entienden que su pareja tiene no sólo que comportarse de una manera determinada, sino que ‘’ser’’ de una manera muy categórica. El instrumento para anular la personalidad de la mujer y conformar un nuevo ser, una nueva identidad, sometida y subordinada a los deseos de ese hombre, se llama violencia de género. En la medida en que la mujer opina, siente, razona, se conduce, se comporta, se expresa o se emociona desviándose del patrón de personalidad que el agresor considera debe ser el adecuado para ‘’su mujer’’, el compañero de existencia justifica la violencia.

Unos hacen uso intensivo de la violencia psicológica, otros combinan con violencia física y sexual, pero todos los que la ejercen lo hacen con el objetivo de ‘’reconducir’’ la personalidad e identidad de la mujer hacia parámetros de conveniencia masculina. El hombre, en un marco de violencia de género, es el tirano que se cree con legitimidad para someter a la mujer.

Esa auto concedida legitimidad, el pendenciero la entiende conferida por la sociedad, que hace décadas de forma explícita y en la actualidad más tácitamente le ha educado en la convicción de que- en cierto modo- tiene derecho a imponerse a ‘’su’’ mujer, a exigir que ella se comporte como ‘’debe’’ hacerlo una fémina.

Cada día en nuestro país, familias, amigos, entorno laboral, llora el asesinato de la mujer qué- en violencia de género- representa el fracaso del criminal para someterla porque en función del código moral establecido para respaldar su conducta auto legitimada de violencia, se ve obligado a llegar a esa solución final.

Desgarrador el tener que admitir que la realidad de muchas mujeres ecuatorianas es mucho más trágica y dura de lo que incluso imaginamos. Lo que preferiría el atracador sería continuar durante toda su vida, en el ejercicio de su tiranía y tortura sobre la mujer. Cuando ella quiere ser libre, tener la libertad que nos hemos dado en las imperfectas democracias tras innumerables sacrificios y revoluciones, el matón llega hasta el asesinato.

En Ecuador, más del 80% de las muertes en violencia de género se producen en el contexto de una eventual ruptura de la pareja a instancias de una mujer, una esclava, que quiere romper sus ligaduras y reencontrarse con su identidad arrebatada. Por eso nos matan.

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