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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Por qué los griegos tienen los ojos tristes

25 de mayo de 2017

Solo una vez, en toda la historia, un político ha dado su nombre a un siglo, y se llama El Siglo Pericles. Tal fue su importancia en la antigua Grecia. Lo que se olvida es que Pericles lo logró gracias a su amante, Aspasia, que ejercía el oficio de hetaira, una especie de prostitución reservada para mujeres que podían hablar con sabiduría de historia y filosofía, de matemáticas y astronomía, de música y gramática, de ciencia y de oratoria,  y de todo aquello que hervía en el ambiente intelectual de la Grecia de hace 2.500 años.

Fue ella, Aspasia, la que le enseñó a Pericles a hablar y a gobernar, a pensar y a dirigir, la que escribía sus discursos y la que lo inmortalizó por encima de los siglos. Platón decía que Aspasia era la Musa visible de las invisibles Musas.

Cuando Pericles la escuchó hablar, ese mismo día se divorció y decidió buscar a Aspasia hasta hacerla su amante y compañera permanente. Y, de igual manera, muchos años después, cuando Aspasia ya era viuda, un día conoció a una niña de quince años, llamada Laís, de quien se decía que era la más bella entre todas las mujeres bellas que pudieran nacer en Grecia. Y bajo su protección la convirtió en la hetaira más famosa, más bella, y más costosa de todos los tiempos.

Los grandes escultores pagaban fortunas y se arrodillaban ante Laís, para que posara y poderla inmortalizar en el mármol. Al final apareció un hombre muy viejo y muy rico que la tomó por esposa. Laís enviudó al mes, heredó una inmensa fortuna, y las malas lenguas decían que todo había sido obra de sus artes amatorias. Laís fue una mujer generosa en todo sentido. El mucho dinero ganado en su oficio y la fortuna heredada, lo destinaba a obras filantrópicas, a sostener templos y a rescatar a los enfermos.

Pero el tiempo pasó, otros aprovecharon su fortuna, Laís quedó pobre y terminó alcoholizada y, ya vieja, ella, la que fuera la mujer más bella y rica de Grecia, entregaba sus favores en cualquier parte, por una moneda. Y esas mismas monedas las utilizaba para pagar a hombres más jóvenes y bellos que quisieran hacerla sentir otra vez un momento parecido al amor.

Al final, cerca de los 70 años, se enamoró de un jovencito al que acosó en las puertas del templo de Venus. Aquello fue considerado como una profanación y una turba brutal la mató a las pedradas. Y desde hace 2.500 años, dice la leyenda, todos los hombres griegos tienen los ojos un poco más tristes.

En ajedrez los finales suelen ser intensos, pero nunca desgarradores.

Izq: Templo de Venus. Derecha: Laís, en pintura de Hans Holbein.
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