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El Telégrafo
Fabrizio Reyes De Luca

Por nuestra autodeterminación

05 de noviembre de 2015

La vida del hombre debe ser regida por la autodeterminación, por eso la educación en el individuo es la fuente que nos ofrece la toma de decisiones en momentos en que nuestra independencia es lo más valioso en la interacción de nuestros actos en sociedad. La autodeterminación es la soberanía personal que todos debemos alimentar en base a una conducta orientada en el crecimiento, no solo laboral, sino también espiritual, donde encontremos la respuesta a nuestras inquietudes en un mundo donde no existe la verdad absoluta.  

Jamás debemos confundir nuestra independencia de criterio haciendo uso de la vanidad como ego de nuestras conquistas. La vanidad es poderosa en el corazón del hombre porque en su desesperación de trascender es proclive a pensar que puede avasallar a sus rivales. En las manos del hombre adicto a la vanidad, la vida no es más que la sombra de un sueño. En la cotidianidad podemos observar cómo las personas actúan de acuerdo a las deficiencias de no poder apartarse de lo superfluo y caminan hacia metas sin consistencias en sus principios. Como el tulipán que es fastuoso, aunque sin perfume, así es el hombre que se vanagloria sin tener méritos.  

Como la mariposa que no ve sus propios colores, como las rosas que no perciben el perfume que esparcen, así es el hombre que finge su alegría y deja que los demás tomen la decisión por ellos. Hablar de autodeterminación es caminar con pasos firmes hacia la solución de nuestras verdaderas necesidades, que en definitiva son la búsqueda de nuestra identidad.  

¿Qué valor tiene recibir sin merecer? ¿Qué importancia tiene dar esperando recibir? Definitivamente, cuando no tenemos la autodeterminación de desarrollarnos familiar, laboral y moralmente, es como caer al vacío por no saber esperar lo que debemos entender que nos pertenece. Actuar apegados a nuestra propia convicción es adentrarnos a una perspectiva donde la confianza consigo mismo es el más sublime estadio de nuestra autoestima. En la medida que valoramos nuestra autodeterminación, estamos alimentando nuestra originalidad.  

Buscamos reconocimiento y brillantez social, pero sin poder decir lo que pensamos, puesto que no somos auténticos, por el contrario, nos hemos convertido en imitadores de lo que hacen los demás, porque vivimos en el mundo del qué dirán.

Hablar con franqueza es mal visto, siendo mejor considerado decir lo que los otros esperan escuchar. Parecería más sensato ‘maquillar’ nuestro comportamiento, adecuarlo al contexto social, ocultar nuestros sentimientos, moderarnos en nuestras respuestas y maniatar nuestra espontaneidad en aras de una supuesta convivencia armoniosa.

Hay personas que tienen un corazón sediento de honores y su ego se llena de júbilo con la voz de la alabanza, cuando lo real es elevarse desde el polvo del que fuimos hechos, exaltando la aspiración hacia algo digno de nuestro propio ser. Los invito a intentar ser originales y tener una identidad que nos haga diferentes a los demás. (O)

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