Maritza, joven indígena, nunca asistió a una institución educativa porque desde niña fue relegada a las tareas del hogar. Sus padres, con sus escasos recursos económicos, prefirieron educar a sus hermanos varones. A los 18,
Maritza escapó de casa. Vivía precariamente trabajando de empleada doméstica en Latacunga. Al poco tiempo se embarazó y su recién nacido murió, según la autopsia, por asfixia. Maritza fue detenida en “delito flagrante”.
De nada sirvieron sus explicaciones, sus ruegos, sus súplicas. Para el fiscal, ella asfixió al recién nacido mientras él dormía; ella provocó su fallecimiento. Maritza, con atenuantes, recibió una condena de 15 años que actualmente cumple en el Centro de Rehabilitación Social de Latacunga.
Según el Instituto Nacional de Estadística y Censo (INEC), el 26,7% de mujeres indígenas son castigadas por el analfabetismo, frente al 13% de hombres indígenas y al 5,9% de mujeres mestizas.
El 17,7% de mujeres no asisten a un establecimiento educativo por priorizar las tareas del hogar y el 0,5% de hombres no lo hacen por este mismo motivo. Al 3,2% de mujeres sus familiares no les permiten estudiar, a los hombres el 0,1%.
En consecuencia, la tasa de desempleo para las mujeres es mayor a la de los hombres: en marzo de este año, a nivel nacional el 5,7% de mujeres de la Población Económicamente Activa (PEA) estuvieron en situación de desempleo, frente al 3,8% de hombres.
El caso de Maritza retrata la realidad de muchas mujeres y niñas en Ecuador. Los paradigmas culturales están fuertemente enraizados, les restan oportunidades y orillan a las mujeres y niñas a vivir destinos que no eligieron, las hacen más propensas a la pobreza y a terminar, como Maritza, atrapadas en un sistema judicial que tiene marcados tintes machistas y patriarcales.
A mujeres como Maritza, la sociedad las hace sentir culpables desde que nacen. Culpables por ser mujeres, culpables por ser indígenas, culpables por ser pobres. “Por mi culpa, por mi culpa, por mi gran culpa…”. (O)