Hace cientos de años el explorador Alexander Von Humboldt dejó grabada una frase que se perpetuaría en nuestra cultura popular: “Los ecuatorianos son seres raros y únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste”. Esta suerte de definición, completamente cierta y vigente hoy en día, representa de manera pintoresca lo que significa ser ecuatoriano; además, está ligada con aspectos culturales que no siempre son positivos, y es que nosotros, como esos seres raros y únicos, también somos personas acostumbradas al circo mediático, esto es noticias bomba que pueden surgir de los eventos más comunes y corrientes, y convertirse en el tema de la semana, opacando situaciones o actuaciones más sustanciales que realmente merecen la atención.
Es así, como la semana pasada, vimos con asombro que lo más comentado de la Conmemoración por el Bicentenario de la Independencia de Guayaquil, no fueron los discursos de las autoridades nacionales o los espectáculos culturales para celebrar esa importante fecha, sino el vestido que lució su burgomaestra, Cynthia Viteri.
Muchas personas, escudadas en perfiles sin nombres o con seudónimos, atacaban a la alcaldesa mencionando que, como máxima autoridad de la ciudad, resultaba inaudito e inapropiado que en un evento solemne luzca un vestido escotado y que las formas no eran las correctas, pues debía respetarse un protocolo, no escrito pero implícito, que va de la mano con la tradición y las buenas costumbres.
Estos comentarios, que en muchos casos no estaban exentos de burlas o insultos, son un penoso reflejo de una sociedad profundamente apática con los temas que verdaderamente importan, manipulable, víctima de la sensibilidad a la imagen y que ha olvidado la importancia de la individualidad. Una sociedad que todavía tiene muchas personas envidiosas y malintencionadas que utilizan cualquier excusa para ridiculizar, pero sobre todo hipócrita, que ha dejado entrever una vez más el machismo imperante.
Hay que comprender que cada uno de nosotros es libre de vestir como guste y como se sienta cómodo, que la propiedad privada empieza con nuestro cuerpo y lo que hacemos con este, o como lo vestimos, forma parte de nuestro derecho individual al libre desarrollo de la personalidad; y, que, al tratarse de una autoridad, es primordial que la cuestionemos por las decisiones que toma en el ejercicio de sus funciones, no por el escote de su vestido, pues mientras muchos van de “punta en blanco”, con la formalidad y elegancia como carta de presentación, su expediente público refleja unos vicios nada envidiables.