Cuando se trata de análisis económicos sobre el actual régimen es común que los medios privados convoquen a economistas que bajo su supuesta autoridad en la materia examinan la toma de decisiones económicas y la puesta en marcha de las mismas. Y no es de sorprenderse que casi la totalidad no coincida con lo que sucede y exija cambios en el modelo; así todo se reduce en que para ser competitivos o alcanzar productividad tenga que liberarse el mercado del trabajo y dar una seguridad jurídica al capital y no al humano.
Una de las críticas más relevantes que hizo el Presidente en su conferencia en Alemania, fue la relacionada a la idea generalizada sobre la economía y su relación con el poder y la política. Y es significativo porque fue el neoliberalismo gestado en el mundo académico y financiado por las grandes corporaciones multinacionales y transnacionales el que fijó un nuevo rumbo en la ciencia económica, la cual debía extirpar de su cuerpo reflexivo todo lo que tenga que ver con lo y la política. Y esto sucedió porque se decidió que los modelos que la economía desarrollaba no debían ser un medio, sino un fin en sí mismo, con lo cual se podían desarrollar modelos que justificaban, daban argumentos para la implementación, profundización y liberalización, sobre todo, de la economía financiera.
Esta despolitización se regó por el mundo académico, donde primaría un radical tecnicismo descarnado del hombre. De esa manera la economía se convertía en el nuevo mundo objetivo más allá de las pasiones, sentimientos, culturas, etc. Producto de la despolitización se formaron generaciones de economistas “objetivos”, hiper-realistas con escasa sensibilidad social y, peor aún, frente a la desigualdad, la inequidad, la guerra, las enfermedades, las hambrunas, etc. Así la ciencia económica pretendía ser una ciencia exacta y no una ciencia social y humanista; una ciencia del deber ser, negadora del ser real de carne y hueso, porque eso significaba criticar a los grupos dominantes, criticar al modelo centrado en el crecimiento, criticar a las élites, etc. Fue significativo escuchar que se mencione a J. K. Galbraith, economista que en 1972 se atrevió a condenar semejante disparate de separar economía y política.
Este señala que al sacar lo político de la economía, ésta queda encerrada en dos problemas: uno, “el microeconómico de la imperfección del mercado”, y dos, “el macroeconómico del desempleo o la inflación”, de tal manera que lo urgente humano puede bien quedar relegado; y lo peor de todo es que se acusa al consumidor de decidir el comportamiento del mercado, así que si el mercado es imperfecto es porque el individuo distorsiona o es inducido a distorsionar la lógica natural del libre mercado.
Galbraith se hace una pregunta radical: “¿Por qué el consumidor moderno tiende cada vez más a la locura, insistiendo crecientemente en perjudicarse a sí mismo?”… Su perjuicio es la fuente de riqueza y prestigio del capitalismo financiero-corporativo, al cual hay que cercarlo por el bien de la humanidad.