Una verdad hiriente: la degradación y fragmentación políticas, pueden llevarnos al colapso. Ni siquiera quiero imaginar qué le sucedería al país si aprovechando las elecciones próximas, los ciudadanos no impulsamos los cambios requeridos para reconstruirlo y dignificarlo. Al Ecuador lo salvamos sus hijos, nadie más, con un hacer político y cívico decorosos; pero, salvo honrosas excepciones, abundan insensatos que conciben a la política como profesión, propiedad, herencia o, garantía para delinquir.
Para Sócrates, Platón, Aristóteles y otros maestros, la política es arte, ética, justicia, orden. Pero, ante todo, es servicio a la colectividad, por lo que a los cargos de autoridad deberían llegar los mejores, por preparación, trayectoria y propuesta; sin embargo, hoy en día brotan como yerba mala candidatos mediocres que generan miedo, los hay neófitos y oportunistas, unos autonombrados, otros ungidos de la noche a la mañana por líderes decadentes y hasta delincuentes, con y sin grillete. Tiene vigencia todavía la sentencia de José Ingenieros: “Las jornadas electorales conviértense en burdos enjuagues de mercenarios o en pugilatos de aventureros. Su justificación está a cargo de electores inocentes, que van a la parodia como a una fiesta”.
Por complejo que sea, transformar la realidad es posible; recordemos que los ciudadanos somos actores políticos, base de partidos y otras organizaciones, pedestal que sostiene al poder público. En otros países, ser mandatario o funcionario de Estado, es como llevar una medalla que honra al sujeto y su familia, cuando aquél falla, implica deshonra fatal y sin retorno. Cambiaremos el rumbo si antes superamos la inocencia, pero también la ignorancia, la bobería e indiferencia. Que nos preocupe la patria, escenario de nuestro porvenir. 2021 será prueba de fuego para una sociedad maltrecha, pero la superaremos con unión para sepultar la mediocridad, y fortalecernos de cara a un futuro digno. (O)