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El Telégrafo
Bernardo Sandoval

La política de desencanto

17 de abril de 2022

 

La política debería ser una de las actividades más respetadas si consideramos que ella es la ciencia de conducir a la sociedad al desarrollo y bienestar en medio de un entorno de paz y utilizando principios democráticos.  ¡Cómo no ha de ser noble el propósito de poner la inteligencia, los principios y valores, dirigidos por una filosofía de las relaciones sociales o una ideología, al servicio de los ciudadanos! 

 

Si fuésemos mucho más interesados en la política seríamos más patriotas y menos vulnerables al engaño; si fuésemos menos apáticos e indiferentes seríamos más capaces de votar bien y errar menos.  La política, penosamente, se ha convertido en una mala palabra y cada vez más la gente la repudia y cada vez menos hay gente buena interesada en la política.  Sin duda, en política y en la vida en general, las conductas humanas están influidas por la Ley, aunque ésta no asegura comportamientos adecuados. Una buena Constitución y buenas leyes no son garantía de desarrollo pues mucho del comportamiento social depende de la idiosincrasia de los pueblos y su educación y solamente una educación de gran calidad podría cambiar la idiosincrasia en al menos dos generaciones.  Sin embargo, buenas leyes, expedidas en forma consistente, sí contribuyen al desarrollo porque pueden influir en cambiar conductas.

 

La Constitución de 2008, la de Montecristi, es muy mala y no contribuye al desarrollo.  El llamado Código de la Democracia es pésimo, conduce al caos y promueve la corrupción al alentar el caciquismo cuando se permite la existencia de un descomunal número de movimientos políticos, casi 300.  Parecería obvio, como lo es en la mayoría de países desarrollados, que un elemento esencial para una política de calidad, sea una buena ley de partidos políticos que desaliente el exceso de partidos y movimientos políticos. No se necesita más de siete para cubrir el espectro ideológico de los ciudadanos.

 

La crisis política que vivimos es, en gran medida, el resultado de una pésima Constitución y de una horrenda Ley Orgánica Electoral. Las leyes buenas no lograrán cambiar la conducta de la gente en poco tiempo, pero, de mantenerse en forma consistente, sí habrá resultados.  Con las pésimas leyes que se han expedido en los últimos 15 años hay garantía de perpetuación del subdesarrollo.  Con una buena constitución, una buena ley de partidos políticos se puede recuperar la esperanza.

 

Es críticamente importante para una democracia saludable el que haya pocos partidos políticos porque solamente así, la gente verdaderamente motivada por el interés patriótico de servir, se integrará a partidos de su afinidad y podrá competir con talentos para los espacios electorales.  Así se forman los cuadros de políticos capaces que, cuando les toque gobernar, sepan lo que hay que hacer. Mientras esto no cambie, serán cuenteros, caciques, ególatras o empresarios electorales los que accedan al poder y tendremos que vivir la realidad de los hábeas corpus trasnochados, los delincuentes comunes y terroristas amnistiados por la Asamblea, don Naza y sus misterios y otras tantas dolorosas tragicomedias que cabrían perfectamente en una segunda parte de Cien años de soledad.

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