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El Telégrafo

Poesía en la Mitad del Mundo

15 de junio de 2011

Las palabras fluyen en la penumbra, se convierten en luz al final del túnel. Emanan como las aguas del mar. Se agitan como las banderas en el fragor de la protesta.  Son esquirlas que comunican las necesidades y los anhelos del hombre. Son elementos rítmicos que sintetizan las sensaciones y pensamientos humanos.

Las palabras son huellas sempiternas cuando se aproximan a la belleza literaria, son valiosos códigos en el desciframiento de la huella creativa. Cuando las palabras pactan con los astros y los soles cuadrados, ellas se vuelven metáforas y símiles que reflejan los escondrijos de la cotidianidad. Entonces, aparece la poesía, tan sutil, tan delicada, tan determinante.

La poesía, esa doncella que seduce y conmueve, se parece a la mujer fatal que camina por los intersticios de la nocturnidad. La expresión poética danza con las sábanas de los amantes derruidos por la sombra del pecado,  amamanta a las crías ávidas de vinagre y calor, dibuja las líneas impregnadas en el imponente cielo, convoca a los duendecillos que protegen la energía telúrica de los tótems, respira el amor de los desprotegidos, aspira mejores días para los jóvenes indignados. La poesía es nostalgia, aroma de café, carcajada inútil, descripción del caminante esquizofrénico, revelación de la montaña enamorada de aquel lago que aguarda en sus pies por siglos, lluvia de invierno, selva adentro que detalla los confines del mundo, melodía interminable en el bar clandestino, cántico irreverente que estremece los salones de baile.

La poesía anuncia el alumbramiento de una nueva criatura, la existencia esperanzadora de Dios, el reposo del jubilado, el extendido abrazo del amanecer. La poesía nos acerca a la amistad, a la desnudez de la tierra, a la fragilidad de la fe, al parnaso en su amplia dimensión.

El Tercer Encuentro Internacional “Poesía en Paralelo Cero” se desarrolló hace pocos días, de manera itinerante, en Quito, Otavalo, Ibarra, Esmeraldas, Atacames, con la participación de una treintena de vates de diversos países. Un jolgorio en homenaje a la llamarada poética, a la inspiración expuesta en el verso. Una iniciativa gestada desde el lúcido activismo cultural y el febril corazón de Xavier Oquendo Troncoso, con el afán de divulgar la producción literaria y estrechar fraternalmente las manos de los hacedores de los blancos poemas. Parabién por ello.

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