El filósofo inglés Bertrand Russell dijo alguna vez: “El concepto fundamental de la ciencia social es el poder, en el mismo sentido en que la energía es el concepto fundamental de la física”. Nuestra ignorancia de esto, nuestra ceguera, que nos impide ver el bosque por tratar de ver los árboles, nos ha conducido a un cortocircuito de las transacciones humanas. En pocas palabras, somos una nación que sufre de un serio bloqueo de poder.
Irónicamente, el poder es una de las fuerzas más familiares de la naturaleza. Es el tire y afloje que todos experimentamos y ejercemos desde el nacimiento hasta la muerte. Está implícito en toda interacción familiar, ocupacional, nacional o internacional, encubierta o abiertamente.
A pesar de todo, esta energía social básica se ha adornado de tal manera que resulta imposible reconocerla.
Conlleva un puñado de connotaciones que ha recogido durante miles de años. Estas implicaciones, que incluyen la avaricia, la insensibilidad, la crueldad y la corrupción, han llevado a la desatención y a la desintegración del poder en todas partes. En otras palabras, el poder es el más necesario de los elementos exigidos para el progreso social, pero, a la vez, del que más se desconfía.
Debemos aprender a percibir el poder por lo que realmente es. Básicamente, es el recíproco del liderazgo. El poder es la energía básica necesaria para iniciar y continuar una acción; o, dicho en otras palabras, la capacidad para traducir intención en realidad y continuarla. El liderazgo es el recto uso de este poder. Tal como debemos percibirlo, el liderazgo eficaz puede mover organizaciones de estados actuales a futuros, crear visiones de oportunidades potenciales para las organizaciones, inculcar en las personas el compromiso para el cambio y fomentar en las sociedades nuevas culturas y estrategias que movilicen y concentren la energía y los recursos. Estos líderes no nacen, sino que, más bien, emergen cuando los colectivos humanos enfrentan problemas nuevos y complejidades que no pueden resolverse mediante una evolución no guiada. Asumen responsabilidades para reformar las prácticas organizacionales, adaptándolas a los cambios del ambiente. Superan la resistencia natural al cambio, creando visiones del futuro que evocan la confianza y el dominio de nuevas formas de asociaciones.
Durante los últimos cuatro años, dentro del contexto del estilo de liderazgo que he esgrimido en líneas anteriores, hemos visto surgir en el Ecuador a un líder auténtico, el presidente Correa, quien ha sido capaz de responder efectiva y eficazmente a condiciones mutables y turbulentas, por las que ha atravesado nuestra sociedad, concienciando al pueblo, en el que reside el poder soberano, para lograr juntos, a paso de vencedores, las grandes transformaciones que son necesarias para hacer alumbrar una patria más equitativa y justa.