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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Podemos y el electoralismo

29 de septiembre de 2015

Entre los varios méritos que se pueden adscribir a Podemos, consta sin duda el de haber rescatado las citas electorales como momentos para aprovechar del desgaste de la política tradicional y avanzar nuevas propuestas de identificación. Momentos de aceleración política que permiten, en otras palabras, atenuar el agarre de las ideologías hegemónicas y proyectar, a través de un elemento pasional que la coyuntura electoral fomenta, nuevas narrativas. Este énfasis electoralista, si bien explora potencialidades ignoradas por la izquierda posmoderna, no es exento de peligros.

Estos se materializan cuando, banalmente, se pierden las elecciones. En Cataluña, el cartel electoral ‘Catalunya sí que es Pot’ -inspirado en el nombre y hasta en el color por Podemos- logra apenas 11 escaños en las elecciones parlamentarias, dos menos de los que había logrado autónomamente hace tres años una de las formaciones que han integrado el cartel. La apuesta de Podemos era temeraria, pero quizá la única que pudiese desplazar los términos del debate público en un tablero tan complejo como el catalán. El discurso se puede resumir en la pregunta: “¿Preferís un país independiente, pero gobernado por la derecha corrupta y siniestra de Artur Mas o quedaros en una España reformada guiada por Pablo Iglesias?”.

Tal vez el repunte del PP y la relegación de Podemos a tercera fuerza en los sondeos ha dinamitado la premisa fundamental ante los ojos de los catalanes, es decir, la posibilidad de que España sea efectivamente reformable. De tal manera, Podemos no ha logrado reemplazar el tema de la independencia con su estrategia plurinacional de consentimiento (“Os daremos el referéndum vinculante, pidiendo, pero que os quedéis para estipular un nuevo modus vivendi”) y de desplazamiento hacia sus platos fuertes, es decir lo socioeconómico y lo anticasta.

Otras cuestiones contribuyen en explicar las dificultades de Podemos, tanto en Cataluña como en lo demás del país. Más allá del loable esfuerzo de comprensión del fenómeno catalán, el carácter prevalentemente Madrid-céntrico de la formación no ha favorecido su reputación, una característica que podría repercutirse negativamente también en otros territorios donde la capital no despierta particular simpatía. El discurso sobre el centro de gravedad podría extenderse a una crítica del excesivo centralismo adoptado por el partido de Pablo Iglesias. Si bien necesario, el proceso de estructuración llevado a cabo en otoño del año pasado ha conllevado una verticalización del proceso de toma de decisiones interno en menoscabo de los círculos y del trabajo político capilar.

Le recta hacia las elecciones generales de diciembre se hace cuesta arriba para Podemos. La insistencia sobre lo electoral genera grandes expectativas que, al resultar frustradas, corren el riesgo de tornarse en un boomerang. También es importante reconocer que ni una ronda electoral ni estar en el poder pueden arrasar del todo la ideología hegemónica, la cual permanece por mucho tiempo enquistada en disposiciones preverbales, incluso cuando entra en crisis. La construcción de nuevas identidades populares son, en otras palabras, procesos que requieren tiempos más largos y modificaciones moleculares. Podemos estará a la altura de su tarea si sabe conciliar y avanzar en ambas dimensiones. (O)

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