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El Telégrafo
Samuele Mazzolini

Podemos, guerra de posición y electoralismo

10 de noviembre de 2015

Después de la Segunda Guerra Mundial, el Partido Comunista Italiano emprendió una política muy diferente a la que había conducido hasta la explosión del conflicto. Palmiro Togliatti, su secretario general, pensaba que el partido tenía que transformarse en el punto de agregación de una multiplicidad de luchas y símbolos expresados por la sociedad italiana en aquella coyuntura. Por eso intentó trascender el carácter corporativo de la lucha de clases de los obreros, que se concentraban mayoritariamente en el norte del país y que constituían el meollo del partido. Procuró más bien plasmar un carácter popular a su formación, para que asumiese la representación de instancias sociales heterogéneas, irreducibles a los intereses del proletariado urbano-industrial.

Este viraje conllevó una serie de modificaciones en la práctica y en el discurso. Se dejaron progresivamente a un lado los extremismos verbales y las formas de militancia más ruidosas. Se estableció un intenso diálogo con los católicos y con todas las organizaciones de masa de la sociedad civil. Togliatti había llegado a la conclusión de que, para transformar la sociedad, había que hacerlo a partir de los elementos que la caracterizaban y que cualquier ruptura no podía ser totalmente externa, ajena al sistema. Para acercarse a sectores históricamente difidentes hacia el comunismo, el partido tenía que ser percibido como una fuerza que sabía hablar la lengua del pueblo.  

No es una casualidad que el comunismo italiano haya ejercido una fascinación decisiva sobre muchos de los dirigentes de Podemos, incluido el propio Pablo Iglesias. A la par del Partido Comunista por ejemplo, Podemos está dedicando mucha atención al tema electoral. Sin embargo, Togliatti sabía perfectamente que una ronda electoral no habría podido alterar la hegemonía existente. Sabía, además, que esta nueva forma de concebir la lucha política, llamada guerra de posición, conllevaba sí articular elementos ideológicos existentes, pero consistía crucialmente en otorgarles una nueva orientación política.

Podemos se encuentra en plena campaña electoral y es notorio que, tras haber alcanzado su auge en los sondeos en febrero de este año, su cotización ha bajado mucho desde entonces. Si bien es entendible su esfuerzo por recuperar el terreno perdido, este intento parece haber asumido unos carices que permiten cada vez menos distinguirla de otras formaciones. El electoralismo es un medio, no el fin en sí mismo. Es por eso que las imágenes ‘humanizadoras’ de las cuales se está llenando su campaña dejan bastante perplejos, ya que responden más a un imperativo de marketing político que a una verdadera rearticulación de lo existente en una nueva configuración. La exaltación estática de los elementos existentes puede ser seguramente beneficiosa en términos estrictamente electorales, pero no se están creando las condiciones para establecer algún tipo de hegemonía cultural. (O)

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