A veces la ignorancia se confunde con la virtud. Sobre todo cuando un presunto ilustrado, no solo que analiza un fenómeno sin considerar los contextos políticos y económicos, sino (y esto es más grave) cuando considera que la inestabilidad política y la tragedia social —provocadas por el neoliberalismo— son el mejor entorno para el desarrollo humano. Como si el ejemplo de Grecia no fuera suficiente.
Este tipo de “analistas” lo dejan claro: nos proponen que reivindiquemos la destrucción de lo público, la migración masiva, la violencia financiera y la inestabilidad política como la mejor propuesta para “superar” la pobreza.
Ya lo sabemos, ninguna “guerra social” —contra los más pobres, como la que instauró el neoliberalismo— puede ser un modelo recomendable a seguir. Entonces, redefinamos la discusión.
La reconstrucción del Estado y de lo público se ha vuelto un bien fundamental para modificar la condición de la pobreza. Es verdad: la pobreza, medida por ingresos, se redujo en 9 puntos entre 2007 y 2011 en el Ecuador. Es un gran logro. Su disminución fue sustantiva, con elementos multiplicadores en dimensiones no siempre cuantificables.
Tal resultado proviene de una medición de ingreso per cápita —para efectos ilustrativos es necesaria—, pero que reduce la pobreza a una única dimensión: la económica. Dicha medición parcial no considera los cambios radicales en la concepción de lo público.
Esto constituye un avance en la construcción de una ciudadanía plena. Veámoslo: el crecimiento económico (la tasa de crecimiento del PIB real, en 2011, fue 7,8%, la tercera más alta de América Latina) se logró a partir de ampliar el bienestar social y las capacidades de los ecuatorianos: el ingreso promedio familiar ya cubre casi la totalidad del valor de la canasta básica. Ahora bien, tampoco debemos desconocer el contexto internacional.
El Gobierno tuvo que enfrentar una de las crisis más profundas del capitalismo (la debacle financiera de Estados Unidos y sus repercusiones en Europa y América Latina en 2008) y, pese a ello, mantuvo la inversión, la protección social y controló la tasa inflacionaria (debemos recordar que la tasa de inflación promedio del período 2001-2006 fue de 7,7%, mientras que entre 2007 y 2011 fue de 5%, pese al pico inflacionario de 2008 provocado por dicha crisis).
Entonces, podemos declarar que se ha recuperado una reflexión y una práctica sustantivas en el problema de la pobreza, ya no solo entendida como “ausencia de bienes materiales”, apenas una dimensión más del tema.
En suma, la política asume, por fin, la solución al drama de las vidas ciudadanas y rechaza cualquier propuesta corporativa, que atente contra el bien común, medida, cómo no, solo en monedas.