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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Pobrecita, mi patrona

Historias de la vida y del ajedrez
20 de agosto de 2015

Sucedió en un país centroamericano. En alguna montaña nació un campesino al que bautizaron con nombre de novela. Se llamaba Segundo Batallas y pronto quedó huérfano, pero al ser un chico inteligente, una hacendada y comerciante de la zona lo adoptó como su trabajador de confianza.

Segundo Batallas empezó como ordeñador y ahora sembraba, vacunaba ganado, arreglaba motores, tractoraba, fumigaba, preparaba abonos, inseminaba vacas – de manera artificial, por supuesto-, y era capaz de llevar algunas cuentas. A los dieciocho años ya manejaba el camioncito de la hacienda. Segundo Batallas iba ganado en sueldo, estatus y en estilo.

Mientras tanto, su patrona, comerciante y hacendada exitosa, sintió que el mundo le quedaba chico y reemplazó su falta de formación con una imparable ambición: decidió lanzarse a la política. En ese ajedrez que el destino juega con las personas, aquella mujer sin grandes horizontes, en un momento empezó a llenar espacios y a figurar en medios y se alió a un grupo político emergente.

Suerte, olfato, astucia, fueron el coctel que le sirvió como combustible para trepar todos los días un poco más. Tras unos meses de discursitos por aquí y muchas fotos en todas partes, apareció encabezando listas por su localidad. De manera meteórica, como si fuera el mesías esperado, la comerciante y hacendada llegó a un importante cargo oficial. Algo que ni siquiera ella, en medio de sus ambiciones febriles, habría podido nunca soñar. Y se portó leal. Segundo Batallas, su ordeñador y tractorista, pasó a ser el conductor de su vehículo oficial. Y conoció gente importante, y hasta se ganó algún viajecito al exterior, como asistente de aquella alta funcionaria. Bien merecido, además.

Segundo Batallas se convirtió en su sombra, casi que en su figura siamesa, indisoluble. Pero el tiempo pasa y la funcionaria, ya con muchas de aspiraciones satisfechas, decidió regresar a su vida anterior para disfrutar de absoluta tranquilidad y de más comodidades sin ningún contratiempo y sin estar en la mira de la molestosa opinión pública. Así que terminado el período legal, no presentó más su nombre. El día de la entrega de su mandato, tras la emotiva ceremonia final, Segundo Batallas lloró desconsolado y abrazó con gratitud a la funcionaria. “No se preocupe, Segundo, que seguiremos juntos…”, le dijo ella.

Entonces Segundo Batallas le respondió: “No lloro por mí, Señora. Yo sé ordeñar y manejar carro. Lloro por usted, que se queda sin trabajo y no sabe hacer nada.”

En ajedrez, cuando los peones se crecen también son maravillosos.

Kito Vs. Shelhaut, Hastings 1938.

                    1: CxP!, RxC
                    2: P5C, PxP
                    3: P6A y uno de los dos peones coronará.

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