Sería un error pensar que la planificación se opone a la competencia y que el hombre no sea capaz de moverse por otros estímulos que los del enriquecimiento individual y el poder que la riqueza otorga. El espíritu de cooperación va sustituyendo al de competencia hasta en el país más capitalista del mundo, los Estados Unidos de América. La planificación no debe limitarse solamente al plano económico. El Estado moderno no puede ser éticamente neutral.
En primer lugar, porque las cuestiones ético-sociales tienen una dimensión económica y a la nación le importa que la inversión en educación sea rentable y que con la fuga de los cerebros no se pierda la riqueza que éstos habrían alumbrado. Porque, sobre todo, el intervencionismo ha de dirigir el desarrollo del país en todos los órdenes, precisamente por un precepto ético del Estado: ha de implantar la justicia, ha de conseguir el bienestar y la igualdad, ha de aumentar la ilustración y orientar el tiempo libre y el ocio, y consecuentemente, ha de asentar la democracia.
Sin la planificación de la industria y la agricultura, sin la orientación de los estudiantes hacia las profesiones necesarias en el momento actual, sin un meditado plan de enseñanza en función de la reforma proyectada de la sociedad, plan realizado y presidido por el Estado, no es posible la coordinación y racionalización de los esfuerzos parciales, por bien intencionados que estos sean. En definitiva, las decisiones fundamentales para la sociedad han de hacerse desde el Estado y por el Estado: la decisión por la inversión o por el consumo, la elección entre la inversión en pagar la deuda externa o en mejorar los servicios públicos; la decisión a favor de la industrialización y la modernización de la agricultura o por la exportación de materias primas y, como a veces ocurre, de mano de obra; la opción entre el socialismo como distribución reivindicatoria y, en el fondo, individualista de la pobreza existente o el socialismo como planeamiento de todo un conjunto estructural económico-social. Como lo dijo el economista John Galbraith: “la verdadera prosperidad de un país se mide, una vez satisfechas las necesidades reales, por la atención que preste a los servicios públicos. La planificación para la libertad es en la nueva sociedad la única manera de salvaguardar el núcleo esencial de esta”.
Durante el mandato del presidente Correa se evidencian fehacientemente la reducción de la pobreza, la atención a las necesidades fundamentales, la creciente inversión pública en infraestructura, salud, educación y vivienda. Pese a todo el sistema de impotencias forjado en las últimas décadas por los gobiernos neoliberales, el nuevo Ecuador está naciendo, con incesante entusiasmo, midiendo sus fuerzas, alegría y desmesura, ante los obstáculos.