El populismo, la manipulación de la verdad en la comunicación y la polarización política son verdaderas plagas que amenazan la democracia. Una causa que tienen en común radica en que nuestra cotidianidad política es pobrísima, debido a muchos de sus protagonistas. Sin embargo, esta realidad no es patrimonio solo de nuestro país, puesto que es una preocupante tendencia global que debemos abordar con seriedad. Recientemente, hemos sido testigos de un ejemplo alarmante de esta situación en la comparecencia de Diana Salazar ante la Comisión de Fiscalización y Control Político de la Asamblea Nacional, donde se desató una ridícula “emboscada”.
Acá se practica una política villana que hace el juego a la delincuencia y al descrédito institucional, alimentando al populismo, la posverdad y la polarización. Pero esto solo es parte de la explicación; partidos y movimientos políticos también tienen su responsabilidad. Según el CNE, Ecuador tiene 238 organizaciones políticas aprobadas, de las cuales solo 7 son partidos políticos, mientras que el resto son movimientos políticos de alcance nacional, provincial, cantonal y parroquial. Esta proliferación de organizaciones políticas no necesariamente garantiza una oferta de liderazgo de calidad.
Las organizaciones políticas son vitales para la democracia, pueden organizar y canalizar la representación, facilitar el debate sobre visiones de país, orientar al pueblo; son árbitros entre sociedad y Estado. Pero deben dejar de contribuir a las plagas de la democracia, y superar la mediocridad para ser de calidad, si no el proceso democrático se torna caótico, sin orden, deficiente para atender demandas ciudadanas. Una democracia sólida es inviable sin organizaciones políticas enfocadas en el adelanto nacional y sin figuras calificadas comprometidas con esa causa.
En unos países de América Latina la mayoría de su gente piensa que los partidos no son prioritarios para la democracia; el Latinobarómetro provee datos de 2023: Ecuador 59%, Colombia 60%, Perú 54%. Peligroso, pues, se estaría aceptando que cualquiera, a río revuelto, elegido a dedo o surgido de repente -el outsider-, sin base en una estructura organizada, puede llegar al poder. Sin cambio en la organización de la política y sus figuras, no habrá transformación que valga en el país; seguiremos siendo víctimas de prácticas clientelistas y manipuladoras, condenados a un futuro incierto, marcado por la división y la falta de dirección.