Prácticamente es imposible que un gobierno logre procurar bienestar y felicidad absoluta a todos los ciudadanos, esto porque por lo general, las necesidades y expectativas de la sociedad son crecientes y superan fácilmente los medios para satisfacerlas; por estas razones y debido a que la realidad se complica cada vez más, el Estado históricamente queda en deuda con los ciudadanos, tiene una especie de vocación para defraudarnos. Esto ha sucedido en todos los tipos de Estado y de gobierno, ninguno ha sido la solución; pero se puede alcanzar algunos logros, lo que dependerá, sobre todo, de los elegidos para ejercer el poder.
Como el reto de dirigir un país siempre es enorme, se requiere del lado de los ciudadanos máxima reflexión y menor emoción para votar en las elecciones, y por el lado de los gobernantes mayor conciencia democrática y social de servicio, preparación y capacidad para comprender la realidad.
Para enrrumbar la nave, un buen gobierno debe tener la capacidad de convocar e integrar a la gente alrededor de proyectos amplios para trabajar por lo urgente, y siempre por lo sustancial, como: salud, igualdad, empleo, educación, tejido económico; debe tener el equipo y criterio suficientes para administrar crisis sistémicas como la actual; ha de respetar la institucionalidad, los linderos que le marcan los principios, las leyes y la justicia. Ningún gobierno debe imponer su visión unilateral a la sociedad, ni colocar al Estado por sobre los ciudadanos, debe comprender que ha de gobernar con visión estratégica y de futuro compartido, tratando de distribuir equitativamente las cargas y los beneficios inherentes a la vida en democracia.
Nuestro país requiere un gobierno de encuentro, que deseche discursos, fórmulas y estilos de enfrentamiento y división, y que con visión social se enfoque en superar la peor crisis de la historia contemporánea, en procura de cuidar los intereses vitales de nuestra comunidad política. (O)