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El Telégrafo
Erika Sylva Charvet

PhD para mujeres

01 de marzo de 2016

Hoy día, el título de PhD es fundamental si se aspira a una carrera docente universitaria. Sin embargo, obtenerlo es mucho más difícil para las mujeres, pese a que constituimos una mayoría en el pregrado, hay evidencias de que somos más aplicadas y nos graduamos más que los varones. Pero, al coincidir la etapa formativa más rigurosa y demandante y la inserción en una carrera académica competitiva, con nuestra plenitud reproductiva y la redoblada carga doméstica y de cuidado que nos asigna la sociedad patriarcal, se crean barreras contra nuestra realización profesional. Ni hablar de los constreñimientos sociales sobre las más jóvenes para elegir matrimonio y maternidad por sobre carrera profesional. Así pues, independientemente de los recursos -otra limitante- la posibilidad de hacer un doctorado fuera del país, que implica al menos cinco años de dedicación exclusiva, constituye una meta imposible para muchas.

Un testimonio de una docente universitaria de las ciencias básicas ilustra esta disyuntiva: “Justo ahora me dicen ‘Aplica para el PhD’. Pero no puedo. No puedo dejarle a mi hijo […] Porque mi esposo me dijo: ‘Si te vas, te vas, pero me dejas a mi hijo con papeles’. Entonces ya escogí.  Escogí quedarme con mi hijo y mi esposo”. En el mismo tenor, una joven docente politécnica compartía hace poco que para ella, que tiene hijos menores y marido, le era muy difícil doctorarse en el exterior. Y sugería la creación de doctorados en el país, a fin de que las docentes puedan obtener dicho título y avanzar en sus carreras académicas. Porque incluso sin la presión del PhD, esta carrera ha sido históricamente de difícil acceso femenino. Y lo sigue siendo, pese al mejoramiento registrado gracias a la acción afirmativa impulsada por el actual gobierno: para 2012 las mujeres solo constituíamos el 34% de la docencia universitaria, el 27% de docentes con nombramiento y el 27,5% de docentes con doctorado.

Estos dramas invisibilizados de las mujeres en su lucha por realizarse, deben ser incorporados en las decisiones de la reforma a la Ley de Educación Superior y en el de la inversión en las dos universidades públicas de posgrado y categoría A que tiene el país, las únicas que ofertan doctorados en ciencias sociales. Cuestión tanto más pertinente, cuanto que, en el marco de las necesidades estratégicas del país, se han priorizado las becas para las ciencias básicas, beneficiando más a los varones, dada la ‘masculinización’ de estas carreras.

Entonces, no solo que, desde una perspectiva de género, se necesitaría fortalecer estos programas doctorales en ciencias sociales aprovechando sus acumulados históricos, sino también promover la creación de doctorados de excelencia en las ciencias básicas. Ello facilitaría el acceso femenino al tan anhelado título de PhD, nos abriría posibilidades ciertas de una carrera como docentes-investigadoras y permitiría avanzar en el sueño de despatriarcalizar la universidad ecuatoriana propuesto por la Revolución Ciudadana. (O)

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