Según el escrutinio oficial el maestro rural Pedro Castillo, identificado con el socialismo marxista no ortodoxo, ganó las elecciones en Perú. Los análisis sobre este sorpresivo resultado son encasillados por lo general en el marco de la bipolaridad ideológico izquierda vs. derecha o el llamado “populismo”, considerado equivocadamente, por muchos, como una anomalía político cultural propia del Latinoamérica: Corta mirada, que sesga la comprensión de una realidad compleja.
Creo que hay que buscar respuestas en la relación entre realidad socioeconómica, composición étnica cultural regional, tradición intelectual, presión de potencias y corporaciones globales en complicidad con las elites nacionales, para la sobre explotación de recursos naturales y la obtención de ganancias desmedidas. Perú tiene superávit de ingresos provenientes sobre todo de la pesca y la minería, sin embargo, el desempleo ha crecido al 9.6 %.
La elite peruana aspira a controlar los centros de producción estratégicos bajo el modelo de libre empresa. El sector popular espera un Estado que administre las ganancias y las reparta. Lo segundo suena más lógico y prudente. El problema es que una persona no hace un gobierno. Un régimen con fines sociales debe contar con una sociedad organizada, comprometida y consciente. Eso no existe. Tan pronto un grupo con base popular llega a controlar un gobierno, los histéricos por el capital de cualquier estrato, entran por la venta y corroen casi todo, porque aquí, allá o acullá la enfermedad del casino se ha apoderado de la mayor parte de los cuerpos humanos.
La verdadera sorpresa no estaría, pues, en el triunfo de Castillo, sino en la posibilidad de que Perú desarrolle un gobierno que cultive la conciencia social, la crítica libre, promueva el trabajo digno y la distribución justa de los beneficios. Para ello se necesitan funcionarios desprovistos de interés y una sociedad que cure a los codiciosos.
Un día de 1822 el Libertador José de San Martín dejó al Perú después de consagrar la primera etapa de su Independencia. Se fue porque no pudo con la “anarquía” peruana donde pugnaban una elite teñida que se creía blanca y aristocrática, y un grupo mayoritario fraccionado en decenas de cacicazgos étnicos, legado colonial. Al partir dijo: -Mis promesas están cumplidas, “les di la independencia y les dejé la elección de su gobierno”.