Alguna vez, hace ya tiempo, Alejandro Toledo encarnó la esperanza en Perú. Alguna vez fue el presidente que impulsó la resurrección económica de su país y que desde sus orígenes supo encabezar la marcha de los Cuatro Suyos, contra la dictadura de Alberto Fujimori. Ahora acaba de perder la “protección” de Estados Unidos, al ser detenido el pasado martes en California, donde se mantenía prófugo de la justicia, desde hace años.
Hasta ahora se desconocen las razones de por qué esa detención no se produjo mucho antes, si hasta los vendedores de periódicos en Lima sabían que el “Cholo” -como se lo conoce popularmente- estaba en California. Toledo y su detención marcan un nuevo capítulo en la corrupta historia política de Perú. Salvo Fernando Belaúnde Terry (1963-1968 y 1980-1985), todos los presidentes que lo sucedieron terminaron en prisión.
La única excepción fue Valentín Paniagua, quien ocupó un interinato de siete meses entre 2000 y 2001. Más que un sino trágico de la política peruana, es una marca a fuego de la corrupción endémica que somete a Sudamérica, con la salvedad de que la justicia peruana al menos tiene los reflejos intactos cuando de presidentes se trata.
Es como si en Perú el muro que dividía al mundo en ideologías se hubiese derrumbado mucho antes. Ni las ideas de Raúl Haya de la Torre o Juan Carlos Mariátegui importaron mucho, desde los 80 para acá, aun cuando la llegada al poder de Alan García en 1985 ayudara a disimularlo.
Lo único que movía y unía a la clase política peruana era Odebrecht, y ahí están los resultados: Alberto Fujimori, Ollanta Humala, Pedro Pablo Kuczynski y Alejandro Toledo tal vez se permitan soñar con una cumbre en prisión para honrar la memoria de Alan García, quien, para seguir siendo distinto a sus congéneres, decidió pegarse un tiro, con Odebrecht como sponsor exclusivo.
Ahora podrán sincerarse ante la sociedad peruana, al demostrar cuál era la única ideología que los movilizaba. (O)