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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Perra Vida

Historias de la vida y del ajedrez
21 de agosto de 2014

Roger Fouts es un amigo que hoy tiene setenta y tantos, y que nunca pudo olvidar al perro que tuvo de niño. Esto le cambió la vida. Roger, con todos sus otros hermanos, vivían la cosecha de pepino en la granja de sus padres. Los mayores trabajaban algo, mientras los más pequeños que eran Roger y su otro hermanito de 9 años, eran celosamente vigilados por el perro de la casa.

Se llamaba Brownie, y era un golden corpulento, juguetón, siempre atento y feliz de estar al lado de los niños. Roger Fouts, entonces, nos contó esta historia:

“Al llegar la noche, la camioneta estaba repleta de pepinos y de viajeros y mi hermano que tenía 9 años, con ganas de sentirse importante, quiso adelantarse e ir a casa pedaleando en una vieja y pesada bicicleta que apenas si podía manejar. Cuando le dieron permiso, partió y se perdió al fondo del camino ya a oscuras, escoltado por Brownie, el perro. A los pocos minutos partimos todos detrás, y al volante iba mi hermano mayor, que en ese momento tenía 20 años.

Hacía varios meses que no caía una gota de agua y el camino estaba resquebrajado, cubierto de profundos surcos y de una gruesa capa de polvo. De repente, un viento intenso levantó una densa capa de polvo que nos cubrió a todos y que nos impedía ver a más de medio metro de distancia. Mi hermano mayor, que conducía, redujo la velocidad y entonces empezamos a escuchar los ladridos de nuestro perro que, casi pegado a la llanta, no dejaba de gruñir de manera desesperada.

La conducta de nuestro perro era muy extraña. Él nos acompañaba siempre, conocía el camino y a veces venía al trotecito, adelante de la camioneta, pero nunca le había ladrado de esa manera y parecía dispuesto a atacar en cualquier momento. Mi hermano no podía comprender por qué nuestro perro tenía tal comportamiento, pero tampoco quiso darle importancia. Regresábamos cansados después de una larga jornada, requemados por el sol, con algo de sed y hambre, y no era hora de atender caprichos del perro.

El perro siguió con sus gruñidos y la furgoneta siguió su marcha, aunque a baja velocidad. Entonces, de manera súbita, y para horror de todos, el perro se arrojó bajo el neumático derecho. Golpe sordo. Aullido doloroso, que todavía nos taladra los oídos. Nos bajamos y vimos a nuestro perro aplastado. Y a menos de 3 metros de distancia, descubrimos a mi hermano de 9 años, atrapado por la bicicleta, en uno de los profundos surcos, sin poder moverse. Dos segundos más, y lo hubiéramos arrollado. Nuestro perro se sacrificó para salvar a nuestro hermano. Hoy tengo más de 70 años. En ese entonces, tenía apenas 4. Desde entonces decidí dedicar mi vida a cuidar a los animales. Fue la manera que encontré de compensar aquel sacrificio”.

En el otro mundo del ajedrez, al contrario, los sacrificios tienen otro sabor. Keres-Szabo, Budapest, 1955.

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