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El Telégrafo

Periodismo de opinión

03 de enero de 2013

Soy periodista de opinión desde hace casi cuarenta años, cuando empecé a laborar en la recordada revista Nueva, un órgano de prensa privado, de carácter progresista, empeñado en la defensa de los más importantes intereses nacionales y latinoamericanos. Su gerente y fundadora fue Magdalena Jaramillo de Adoum, memorable luchadora por los derechos de las mujeres y los excluidos en general, y su director era por entonces don Raúl Andrade, afamado ensayista y periodista de combate.

Esa revista fue una verdadera escuela de periodismo de opinión. De la mano de sus directivos y grandes periodistas que laboraron ahí, aprendimos la ética de opinar, que se asienta en principios tales como el respeto a los lectores y entrevistados, la defensa elevada de los principios y puntos de vista propios, la promoción de los intereses sociales sobre los particulares de personas o grupos y la defensa cabal de los derechos humanos. Por sus páginas pasaron personajes notables y también muchos jóvenes que iniciaban su carrera política o periodística, entre estos algunos directivos y editorialistas actuales de la prensa privada.

Por eso me apena el sesgo de rencor y amargura que hoy campea en el periodismo de opinión de los medios privados. Sin respeto por la gran mayoría de ciudadanos, que eligieron una y otra vez al presidente Rafael Correa y reconocen su liderazgo, se refieren a él como un tirano, un sátrapa o un usurpador de poderes. Lo que menos le dicen es dictador, palabra que en sí misma implica un desprecio por su autoridad legítima y que busca ofender y oprobiar a sus electores.

Convertidos esos medios en actores políticos ilegítimos, han usurpado el papel que por ley les corresponde a los partidos políticos. Sobre ese mar de fondo, hay periodistas de opinión que se han vuelto altavoces de las amarguras, rencores y frustraciones de la derecha, hoy borrada del horizonte por la voluntad popular. En otros casos, quienes ocupan esos espacios de opinión son antiguos candidatos derrotados, que ven eclipsarse sus oportunidades y reaccionan con rabia inocultable.

Algunos se preguntan cuál puede ser el destino futuro de una prensa así y de unos periodistas de este tipo. Tampoco yo veo cuál puede ser su papel positivo en el nuevo escenario de la política ecuatoriana, en el que caben diferentes propuestas de construcción del futuro, pero ninguna de regreso a ese pasado que la prensa añora y el país desprecia.

Les queda, eso sí, la oportunidad de seguir con su triste papel negativo, actuando como bandera de combate de ese pasado siniestro que pugna por volver, y afirmando con ello la voluntad de cambio de las mayorías nacionales.

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