El presidente Rafael Correa tomó la decisión “personal e irreversible” de enjuiciar a los de El Universo, tras un artículo calumnioso grave de uno de sus funcionarios. Se levantó toda una polvareda.
El poder se sintió más herido que antes, ya que esta vez se enfrentó a la dictadura mediática intocada desde siempre. Hasta reprodujeron en otros países el texto calumnioso que motivó el justo juicio.
Recurrieron a la derecha de dentro y fuera. Al imperio y sus tentáculos, a periodistas asalariados y jueces, a los dueños de medios de otros países, que operan de igual forma, presionando, coaccionando, chantajeando. Buscaron apoyo en ex presidentes y escritores parcializados, así como dirigentes gremiales que se benefician del poder mediático.
También hicieron coro con algunos cadáveres políticos insepultos y traidores “izquierdistas” al servicio de la derecha, operadores de la conspiración. Nada les resultó, vino la sentencia, que una y otra vez se ratificó.
El mismo Presidente tomó la decisión de perdonarles. Muchos no compartimos la medida. Tuvieron la oportunidad de disculparse y arreciaron en sus posiciones de insultar, desinformar, calumniar. Sus propósitos son otros.
El perdón puede ser utilizado como debilidad, por los mismos que lloriquearon la sentencia. En todo caso la respetamos, por la argumentación política y porque se reducen los pretextos para nuevas intentonas golpistas.
En efecto, este juicio hizo posible que el pueblo advierta que la dictadura de la gran prensa puede ser denunciada, enfrentada, enjuiciada y derrotada, a pesar de los poderes que ostenta y representa.
Que la libertad de expresión, derecho fundamental se la entienda, no en función del interés oligárquico, politiquería y desmedido afán de lucro; se allanó el camino para que la dignidad de las personas no sea afectada y haya responsabilidad ulterior por lo que afirmen los medios, si afecta a las personas.
El perdón, no el olvido, se da manteniendo incólume la integridad y dignidad del líder del proyecto Revolución Ciudadana, superando la arremetida brutal de desprestigio e intimidación del poder omnímodo de la gran prensa, que utilizó todos sus tentáculos y sesgos de la famosa CIDH; también haciendo notar la falta de ética de muchos periodistas, que destilan odio y apuntalan conductas abusivas de ciertos medios, que ha sido vencida.
Por fin, ha quedado claro, como se expresó en la carta, que el Gobierno se opone con firmeza a la dictadura mediática, no persigue periodistas ni conculca libertades y derechos, que en estos tiempos se han ampliado al punto que los que afirman que se irrespetan, son los que insultan y desinforman todos los días.