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El Telégrafo

Pérdida irreparable

02 de marzo de 2012

Acaba de trasponer las invisibles puertas de la incorporeidad  el más grande  y prolífico muralista  de Guayaquil y probablemente del Ecuador, Jorge Swett Palomeque.

Su nombre,  convertido en el símbolo del artista, inspirado, trabajador y docto, nos  permite remitirnos a aquellos   artífices del renacimiento, capaces de cultivar el arte, la poesía y la política  con singular calidad, lo que les posibilitó   recoger  la admiración de sus contemporáneos y de  la posteridad.

Swett Palomeque, con sutil maestría,  fue buscando y encontrando el lenguaje artístico  para darle a sus obras la fortaleza y la consistencia mágica que rebasara  las épocas y se perennizara en los  tiempos.

A través  de su dilatada existencia  pudo manejar y caminar la senda de la excelencia  creadora. En la penumbra de dos siglos, pocos como él  obtuvieron y sostuvieron una autoridad descollante de virtuosismo para el uso de las técnicas del muralismo estético, que podía lucir esplendente en el frontispicio de un edificio público, un museo, una terminal  aérea o marítima, una universidad  y hasta una residencia particular.

Preadolescente aún, lo conocí en mi ciudad natal Portoviejo. Amigo de papá, compartí con ellos momentos importantes de sus esporádicas visitas, y de sus mutuas y respetuosas bromas que se endilgaban. Mi progenitor le decía con cariñoso humor

“Subteniente” -por cuanto Jorge en esos tiempos, joven abogado, trabajaba en la revista Momento, que promocionaba el autodenominado “Capitán del pueblo”, Guevara Moreno-, y en el mismo tono él   respondía:  “Hay que identificar a los bonzos socialistas, rojos por fuera y blancos por dentro”.

Muchos años después estuvimos juntos en las elecciones del Núcleo del Guayas de la Casa de la Cultura, donde como  candidato  a presidente venció en toda la línea. Su dedicación al ente cultural  fue proverbialmente provechosa.

En esa etapa de su vida dialogamos algunas veces; el recuerdo de la amistad con mi padre lo evocaba con una especie de nostalgia sentida y divertida.

Alguna vez me expresó una confidencia sustancial: una antecesora directa suya, de la rama materna, con otras personas, en la madrugada del 29 de enero de 1910 rescataron algunos restos del general Alfaro de la “Hoguera Bárbara” erigida en El Ejido, para enterrarlas secretamente en el cementerio de San Diego en Quito, acto heroico que ponía de relieve  en uno de los momentos históricos mas trágicos de la patria, pero que recordaba con orgullo y dolor.

Es imposible intentar, en una cuartilla, mostrar la magnitud de la obra de Jorge Swett P., de allí que estas breves líneas, ajenas totalmente a las manifestaciones de la crítica  especializada -que con mayor conocimiento y rigor considerarán  sus creaciones-, son solamente un tributo  a uno de los más grandes cultores  de las artes plásticas en el Ecuador.

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