Una película: Mientras dure la guerra, de Alejandro Amenábar (Mar adentro), de reciente estreno aquí, en España. Un cine, el muy madrileño de la Plaza del Callao y tan solo ocho personas en la sala.
Y todo para una película que debería ser de difusión obligatoria en las escuelas, para que la historia no vuelva a repetirse, y de buena ayuda en Sudamérica, para poder entender las dotes del diálogo y el consenso, cuando todas las vías parecen cerradas.
Amenábar se metió con suma maestría a repasar los últimos días de Miguel de Unamuno, la figura más visible de la Generación del 98 y el intelectual por excelencia en la España de la primera mitad del siglo XX.
Aferrado a sus análisis filosóficos y su ética intelectual (también hoy en crisis) de explicar lo que no está bien para tratar de enmendarlo, el entonces rector de la Universidad de Salamanca termina enfrentado con la República y apoyando el levantamiento militar que derivará en una dictadura de 40 años. No demoró nada. Dos meses y dos amigos asesinados, para terminar defenestrado por el franquismo. Ya era tarde.
La película funciona con una genial ayuda memoria para los españoles, ya que demuestra cómo algunos de sus problemas actuales, como el independentismo en Cataluña, ya eran problemas entonces. Justo ahora que se avecinan unas elecciones forzadas por la falta de acuerdo del PSOE con la izquierda. Otra disyuntiva con raíces en aquellos días negros de 1936.
Para nosotros, que tuvimos que soportar a generaciones de políticos referirse al pacto de la Moncloa, sin poder juntarse ni para una partida de naipes, al menos esos 107 minutos de la historia de Amenábar nos ayudarían a convencernos de que sin consensos no hay ajuste económico ni mejora social que valga.
Hoy es Ecuador y mañana la zozobra puede expandirse como el fuego en el Amazonas si no se le pone cabeza al difícil momento que la región deberá afrontar en medio de la retracción económica a nivel global.
Eso si lo que queremos es, realmente, transformar las estructuras sociales de nuestros países y cambiar de una vez por todas nuestro destino. (O)