De todos los tipos de pecados, el de omisión es el más vano porque consiste en pecar por no hacer nada. Y parece que el Presidente, en relación a la excarcelación de Jorge Glas, no está haciendo demasiado. Por lo menos no está haciendo lo suficiente para no perder la credibilidad de quienes confiaron en él y aún quieren hacerlo.
Lasso no está mostrando evidencia de que no hubo un pacto entre su Gobierno y el correísmo para sacar a Jorge Glas de la cárcel. No está explicando por qué los delegados del SNAI, Policía Nacional y Ministerio de Gobierno, en la audiencia de Glas, tampoco hicieron ninguna objeción respecto a su excarcelación.
Las declaraciones del Presidente para justificar su falta de acción, es que no quiere meter mano en la Justicia. En principio, esto que suena lógico, es también incompleto puesto que el deber del Ejecutivo es hacer cumplir la ley.
Y si la sentencia de Glas tiene irregularidades procesales, la intervención presidencial no sería “meter mano en la Justicia”, sino evitar que se cometa una injusticia.
Irregularidades como que el Juez que dispuso la excarcelación no era competente para resolver el caso, son suficientes para sospechar que se cometió una ilegalidad. Lo mismo sucede si se reconoce que la figura del Habeas Corpus protege el derecho a la vida y a la integridad física de las personas privadas de libertad y que ninguna de las dos cosas estaban en juego en el caso de Glas. La ¨heroica¨ y enérgica salida de Glas de la cárcel de Latacunga, demuestran que el argumento que se utilizó acerca de su salud disminuida no era válido. Tan nulo fue que Glas no salió directo ni a un hospital ni a un manicomio.
A los que quieren creer en la honestidad del Presidente, les bastaría con que él diera explicaciones del caso o que las pidiera. Sería suficiente que solicitara explicaciones públicas al juez de Manglaralto y al Consejo de la Judicatura. Bastaría con que probara que él no aupó ninguna de las irregularidades que sacaron a Glas de prisión. Cualquier mensaje sería suficiente para sanar la inquietud social, pero más allá de la apelación por parte de la SNAI a la sentencia de excarcelación del Juez de Manglaralto, solo se evidencia pasividad y silencio.
Nadie quiere que el Ejecutivo meta las manos en la Justicia. Pero es necesario que impida que otros lo hagan. Nadie quiere que se cumpla una realidad que describió Einstein y con la que con frecuencia nos decepcionamos: “El mundo es un lugar peligroso. No por causa de los que hacen el mal, sino por aquellos que no hacen nada por evitarlo”.