Los siete pecados capitales son una clasificación de los vicios que se describen en las primeras enseñanzas del cristianismo para educar a sus seguidores en la moral cristiana. El término capital del latín “caput, capitis” que significa cabeza, no se refiere a su magnitud sino al hecho de que dan origen a muchos otros pecados.
Tomás de Aquino dice: “Un vicio capital es aquel que tiene un fin excesivamente deseable, de manera que, en su deseo, un hombre comete muchos otros pecados, todos los cuales se dice son originados en aquel vicio como su fuente principal. Los pecados o vicios capitales son aquellos a los que la naturaleza humana caída está principalmente inclinada”. Y el teólogo los enumera de acuerdo al orden de peligrosidad: vanagloria (orgullo, soberbia), avaricia, glotonería, lujuria, pereza, envidia e ira.
En casi todas las listas de pecados, la soberbia (en latín, superbia) es considerado el original y más serio de los pecados capitales, y de hecho, es también la principal fuente de la que derivan los otros. “El Paraíso Perdido”, de John Milton, dice que este pecado es cometido por Lucifer al querer ser igual que Dios.
Genéricamente se define como la sobrevaloración del Yo respecto de otros por superar, alcanzar o superponerse a un obstáculo, situación, o bien, en alcanzar un estatus elevado y subvalorizar al contexto. También se puede definir la soberbia como la creencia de que todo lo que uno hace o dice es superior y que se es capaz de superar todo lo que digan o hagan los demás. Se puede tomar la soberbia en cosas vanas y vacías (vanidad) y en la opinión de uno mismo exaltada a un nivel crítico y desmesurado (prepotencia).
Existen muchos tipos de soberbia, como la vanagloria o cenodoxia, así denominada en las traducciones de la Biblia como vanidad, que consiste en el engreimiento de gloriarse de bienes materiales o espirituales que poseen o creen poseer, deseando ser visto, considerado, admirado, estimado, honrado, alabado e incluso halagado por los demás hombres, cuando la consideración y la gloria que se buscan son humanas exclusivamente. La cenodoxia engendra -además- otros pecados, como la filargiria o amor al dinero (codicia) y la filargía o amor al poder.
No pretendo dar una clase de teología, simplemente, como buen laico que soy, he usado el catecismo básico para que miremos el peligro que encierra un comportamiento soberbio. Por vanidad pueden falsear, mentir y engañar, afectando gravemente a quienes defienden y se sacrifican por nuestra revolución ciudadana. Por alguna razón se me viene a la memoria la frase de John Milton (Satán) caracterizado por Al Pacino en la película “El abogado del diablo” que dice: “Vanidad, definitivamente es mi pecado favorito”.