Los neoliberales pretenden posicionar sin mayores escrúpulos, como principios inamovibles, ciertas prácticas orientadas a obtener mayores utilidades, afectando con su oferta sesgada de bienes y servicios, los derechos de los usuarios y consumidores, con el falso argumento de que el mercado resuelve las inequidades y abusos de los que tienen la sartén por el mango.
A la hora de aumentar ganancias son tan audaces que no se detienen ante la ilegalidad de sus procedimientos. Según ellos, el mercado arregla todo.
Basten unos cuantos ejemplos para demostrar que el concepto clásico de libertad de mercado no resiste el menor análisis ante la evidencia de sus arbitrariedades. En estos días los usuarios de una proveedora de televisión por cable recibieron una circular en la que les comunican que a partir de abril tienen que pagar más por un servicio de seguros y reaseguros que nunca jamás han contratado, pese a ello son tan abusivos que conminan a sus clientes a someterse a sus decisiones, a menos que en término fatal envíen una comunicación expresando que no quieren el bendito servicio, con la remota esperanza de que le acepten su excusa, caso contrario ¡a pagar se ha dicho! No se preocupen, la Supertel ya ordenó la suspensión de este flagrante abuso del mercado.
Cuando un vendedor de TV por cable nos bombardea con llamadas para que aceptemos las maravillas que nos ofrece, nunca nos habla de una revista promocional cuyo costo de cerca de dos dólares mensuales debemos pagar sin chistar. Y si reclamamos nos responde una voz oxidada después de soportar media hora de propaganda chillona y cansina que ese recargo está en el contrato, el mismo que al revisar con lupa hasta las letras chiquitas del reverso, no dice nada al respecto; y sin más explicación, hay que pagar por la dichosa revista, caso contrario le cortan el servicio y le facturan por la reinstalación.
Ciertas telefónicas móviles publicitan con bombos y platillos un montón de promociones y ventajas para sus clientes, pero al final de cada oferta sale una voz apurada a mil por hora, que recita atropelladamente ciertas condiciones y termina con el clásico “aplican restricciones”, lo que significa que, así usted resulte premiado, no recibirá nada.
Con el cuento de la libertad del mercado, hay propagandas que desconciertan, como aquella frase de “un espacio de vida” para anunciar las bondades del servicio fúnebre de un cementerio. O el desastre nuclear que provoca un motociclista para sublimizar un simple desodorante, cayendo en el campo de la publicidad engañosa que está prohibida por nuestro ordenamiento legal. Pero como viene de la dudosa creatividad de los dueños del mercado, quieren que lo aceptemos sin objetar.
Hasta ahí nomás, vivimos el cambio de época en la que el mercado tiene que servir al bienestar de la gente. Ya no somos sus esclavos, ahora vivimos en un Estado constitucional de derechos y justicia.