Es de esos azuayos universales, Agustín Patiño, nacido en Girón o tal vez en Cuenca, en todo caso en la provincia del Azuay, se eleva desde sus ancestros, los recuerdos de las casas solariegas de Girón en donde viven sus padres, su padrino, sus hermanos numerosos, en donde se forma en los talleres que se le abren gracias a la facilidad de sus manos, pero también desde sus estancia en Cuenca donde estudia hasta adentrarse en los claustros universitarios, para luego trasladarse a la Universidad Central de Quito, en donde se afianza una vocación que se hizo patente desde la infancia, la de las bellas artes, fruto de su mente inquieta y de sus manos taumatúrgicas que transforman los pedazos de madera, los de metal, que dibujan con carbones y que encuentran en el óleo su material más idóneo para la expresión de sus demonios, de sus pasiones, de sus ángeles.
Agustín Patiño expone ahora en el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo de Guayaquil, el MAAC, en el que expresa su “Mundo Earth”, es decir la tierra, es decir sus preocupaciones vitales que se transforman en los grandes lienzos, en las instalaciones, en las figuras que son parte ya de su identidad como pintor y que son admiradas por cientos, por miles de visitantes a esa vasta exposición que se desarrolla a lo largo de tres meses en ese centro de arte tan importante para Guayaquil y para el país.
Sus murales están presentes sobre todo en los Estados Unidos, país en el que radica desde hace ya algunos años y que acoge la gran obra de este artista que ha trascendido las fronteras regionales y nacionales. Hay una gran preocupación por el destino del planeta, por las raíces, por el quehacer cultural, por la trascendencia y por llegar con su arte a todos los rincones de la tierra.
Sus universos son múltiples, pero en todos ellos destaca el afán por aprender, por seguir metiéndose por entre los intersticios de lo que investiga y que forma parte de su ADN, el que bebió de la leche de su madre, el de las callejuelas del Girón ancestral, el del chorro en el que retozaba de niño y adolescente, del de los almidones de achira que servían para la confección de las deliciosas galletas y biscochos característicos de la zona.
Todo eso está presente en la obra de Agustín Patiño, a veces lo sentimos vívido en las pinturas que cuelgan de los museos, en otras lo adivinamos a través de su charla que surge a borbotones cuando conversamos con él.
Lo que si sabemos es que esta muestra de largo aliento que se expone en el MAAC es algo por lo que hay que transitar, que no puede perderse y que seguramente dará mucho que hablar y comentar a lo largo de los meses y años venideros.