Nueve comicios presidenciales, durante los próximos veinte y cuatro meses habrá en América Latina. Varios, incluido Ecuador, se realizarán en un contexto marcado por el Covid 19. Celebrar elecciones en cuarentena parecía imposible.
Desde la última integración en el 2018, el Consejo Nacional Electoral (CNE) navega en medio de tormentas que le hacen vulnerable y trizan su credibilidad al enfrentar retos en la organización de los comicios generales del 2021. Por mencionar algunos: gestionar la entrega del presupuesto de USD 114 millones que aprobó el pleno, garantizar que no habrá fallos en los sistemas informáticos, como ocurrió en dos elecciones anteriores y debido a la emergencia sanitaria, precautelar la salud de 13 099 150 ciudadanos habilitados para sufragar. El ciudadano se cuestiona si la máxima autoridad electoral, está en la capacidad de hacerlo. ¿Dudar o creer?
El organismo, destinado a ser un ente técnico-electoral, arrastra posturas tóxicas hasta pecadillos políticos que, en democracia, pesan más que matrimonio obligado. Desnudan la realidad, las cifras de Latinobarómetro, donde apenas 28 por ciento de los latinoamericanos tenía alguna o mucha confianza en la institución electoral de su país en 2018, una caída de 23 puntos desde 2006.
La presencia del virus involucra consideraciones de salud pública, hasta la potencial lesión a la legitimidad derivada de una baja participación electoral. Desde luego, Ecuador, no es el único qué, por décadas, ha batallado en América Latina para dar credibilidad a sus elecciones. Cabe recordar que el 54.4% de compatriotas, apoya la democracia como la mejor forma de gobierno, según Cultura Política en Ecuador y las Américas, 2018/19.
Luce como opción viable— adoptar medidas que reduzcan los riesgos de contagio, que van desde la disponibilidad de mascarillas hasta la apertura de más centros de votación como ampliar el horario de la jornada electoral —que permite controlar el flujo de votantes a las urnas.
Si se quieren elecciones adecuadas hay que estar dispuesto a dar mayores recursos financieros y humanos a las autoridades de la función electoral porque, con frecuencia, las elecciones son la única válvula de escape a presiones derivadas de crisis sanitaria y económica sin precedentes. El tiempo que resta hasta febrero, el CNE, debe trabajar por transparentar la información y dejar de ser fuente de fricción política.
Nada de esto garantiza el éxito, las elecciones dependen de la responsabilidad ciudadana para optar por el mejor de los 16 binomios presidenciales y escoger a probos ciudadanos para asambleístas provinciales, nacionales y de circunscripciones en el exterior.
Es impostergable garantizar que el mecanismo de emisión del voto no pondrá en riesgo la transparencia e integridad de los resultados. La esperanza renace con la celebración de elecciones transparentes y libres pero no puede ser de complacencia: proteger esta conquista nunca ha sido más urgente.