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El Telégrafo
Ramiro Díez

Historias de la vida y del ajedrez

Para quienes no creen en el amor

31 de diciembre de 2015

En el algún lugar del mundo, en la frontera entre Rusia y Kazajistán existe un pueblecito perdido donde hay que espantar a los lobos que merodean en los patios de las casas y sus habitantes dicen que Dios no sabe que ese lugar existe. Pero allí, donde nunca ocurre nada, se vivió una historia de amor que rebasa todo lo imaginable.

La mujer se llamaba Ana Kozlov, tenía 80 años y, empujada por la nostalgia, llegó hasta la que había sido casa, cuando era una jovencita. Miraba los muros derrotados por el viento, y estuvo a punto de caer desmayada cuando vio a un hombre, a pocos metros, bajando de un carro. Parecía ser con el que se había casado sesenta años antes, y que desde entonces no lo veía. Se le acercó. Era él, Boris, su esposo. Ella le dijo: “Te he estado esperando toda la vida.” Y él le respondió apenas con “Ana, mi amor, mi vida.” Y se dieron un abrazo que el destino les debía.

Boris y Ana se habían casado en 1946. Boris pertenecía al Ejército Rojo y a los tres días de la boda, fue llamado a filas. Obedeció y le prometió a Ana que regresaría. Se despidieron con un beso. Mientras tanto, la mano de Stalin se hizo más dura y el padre de Ana fue desterrado a Siberia, por negarse a trabajar en una granja colectiva. Ana y toda su familia lo acompañaron a ese exilio desolado.

Terminadas las obligaciones militares, Boris regresó, enloquecido, a buscar a su esposa y no la encontró. Pasaron los años. La madre de Ana la obligó a salir con otro hombre. Ana se negó. Entonces un día su madre quemó todas las cartas, los poemas, y hasta las fotos de la boda, y le dijo que imaginara que estaba muerto. Ana tomó una soga para suicidarse, pero su madre la sometió a bofetadas y al final la obligó a casarse con otro hombre. Boris, por su parte, falto de noticias, terminó casándose con otra mujer. Con los años, sus respectivos cónyuges murieron, y llegó el día en el que Boris recorrió miles de kilómetros para visitar la tumba de sus padres y vio a Ana parada junto a la casa en la que la pareja había vivido tres días de matrimonio.

Tras ese encuentro, Boris y Ana pasaron toda una noche, despiertos, contándose sus vidas. Boris pidió que se casaran de nuevo. Ana lo rechazó. “No tengo edad para vestirme de novia”. Boris insistió y terminó por derrumbar todas las defensas. “Fue mi día más feliz”, dijo Ana. “Y desde que nos casamos, nunca hemos tenido un solo disgusto. Nos queda poco tiempo y no vamos a desperdiciarlo en una pelea.”

En el amor, quién lo duda, existe la suerte y la inteligencia. En ajedrez no. La felicidad es cuestión de inteligencia. Solo de eso.

1: TxC, PxT
2: D5T+ ,R1D
3: AxPC+, R1A
4 : D8R mate.

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