En la ocasión anterior debí complementar de mejor manera. Sin embargo, hay que dar un paso clave, previamente: ¡Sinceridad! De paso, le recomiendo que no tome estas líneas como una oportunidad para confrontar (aunque reconozco que este ejercicio de pensar en voz alta donde intento aproximarme a nuestro comportamiento frente al prójimo no otorga simpatía) sino más bien las asimile como una invitación a un profundo examen de conciencia en pro de descubrir el grado de dureza del corazón. Lo deseable: enmendar.
Recuerdo que en una ocasión escuchaba la homilía de un sacerdote franciscano, donde dijo: “Los pobres están para que los ricos se salven”. Quienes nos consideramos creyentes: ¿Hemos “dado la mano” a aquella persona que nos ha tocado “nuestra puerta” y que “está caído”? Es posible que no, y atención: pudiendo hacerlo. Si su contestación fue afirmativa, tal vez sea debido a que “le dieron recomendando”, o por “lazos de amistad”. Desde luego, hay excepciones, pero minúsculas. El referido sacerdote añadía: “Nuestra meta no es acumular bienes, dinero, o poder… sí lo es el poder contemplar al creador en la eternidad”. Pero la puerta a lo auténticamente valioso no la abre la llave de la codicia, ni el egoísmo ni las influencias terrenales. Se extinguen todas al morir. De nuevo, y reformulando: aun así, seguiremos “dando la espalda”.
Si me dirigiera a nuestros hermanos no creyentes y al mundo, diría: y si decidimos inyectarnos nobleza, e intentamos ser mejores seres humanos, tratando a “mi par” como lo que somos: personas, y con amor. Y agregaría lo que Fareed Zakaria concluyó en “El mundo post-coVID19”, parafraseando: nuestra actitud con la naturaleza ha sido de poca preservación y de violencia al hábitat animal; y propuso prohibición mundial de espacios donde se sacrifiquen animales salvajes y se los expenda. Una vez más: ¿Volver a la vida pre-coVID19? Ni de risa. (O)
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