Parte medular del ideario de los luchadores por la Independencia fueron los Derechos del Hombre y del Ciudadano, invocados hoy universalmente, pero a la par conculcados y sustituidos por el oro, patrón de antivalores, más que de monedas, mientras los corazones laten al ritmo de las bolsas de valores más que de la patria.
Los patriotas los hicieron su guía al conocer su proclamación por los revolucionarios de París de 1789, inspirados en la Declaración de Derechos de Virginia en 1776, que condujo el año siguiente a la Constitución de los EE.UU.
El texto que tradujo Antonio Nariño sigue vigente: “Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el menosprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las calamidades públicas y de la corrupción, han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, a fin de que esta declaración, constantemente presente para todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes; a fin de que los actos del poder legislativo y del poder ejecutivo, al poder cotejarse a cada instante con la finalidad de toda institución política, sean más respetados y para que las reclamaciones de los ciudadanos, en adelante fundadas en principios simples e indiscutibles, redunden siempre en beneficio del mantenimiento de la Constitución y de la felicidad de todos”. Buen tema de meditación para esta Semana Santa, así sea en la playa.
Lo que entonces eran 17 derechos específicos “del hombre y los ciudadanos”, la Asamblea de las Naciones Unidas en1946 los amplió, codificándolos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, como derechos civiles: los derechos a la vida, a la integridad personal, a la igualdad, a la libertad, al honor, a la vida privada y a la información; y como derechos políticos: el asilo, la nacionalidad y extranjería. Y más tarde, reconoció que también hay Derechos económicos, sociales y culturales, como son los derechos al empleo, frente a las administraciones, frente a la administración de justicia y derechos de los pueblos.
Tienen un carácter universal con trascendencia para todas las culturas, que aplicados, constituyen la cimentación de sociedades justas y solidarias basadas en los valores democráticos.
Derechos y deberes a cuya práctica se debería dar prioridad, más que a procesiones, flagelaciones, ayunos y cucuruchos.